Mi llamado
13. El desafío urgente de proteger nuestra casa
común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda
de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden
cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de
amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad
de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo reconocer, alentar y dar
las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad
humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que
compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para
resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas
de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se
preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar
en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
14. Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo
sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una
conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y
sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento
ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado
numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización.
Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis
ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino
también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los
caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a
la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones
técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos
de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la implicación de
todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación
de Dios»[22].
Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la
creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus
capacidades.
15. Espero que esta Carta encíclica, que se agrega
al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a reconocer la grandeza, la
urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta. En primer lugar, haré
un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el
fin de asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente
disponible, dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta
al itinerario ético y espiritual como se indica a continuación. A partir de esa
mirada, retomaré algunas razones que se desprenden de la tradición
judío-cristiana, a fin de procurar una mayor coherencia en nuestro compromiso
con el ambiente. Luego intentaré llegar a las raíces de la actual situación, de
manera que no miremos sólo los síntomas sino también las causas más profundas.
Así podremos proponer una ecología que, entre sus distintas dimensiones,
incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con
la realidad que lo rodea. A la luz de esa reflexión quisiera avanzar en algunas
líneas amplias de diálogo y de acción que involucren tanto a cada uno de
nosotros como a la política internacional. Finalmente, puesto que estoy
convencido de que todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo,
propondré algunas líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro de la
experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee su temática propia
y una metodología específica, a su vez retoma desde una nueva óptica cuestiones
importantes abordadas en los capítulos anteriores. Esto ocurre especialmente
con algunos ejes que atraviesan toda la encíclica. Por ejemplo: la íntima
relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en
el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de
poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de
entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el
sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la
grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del
descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida. Estos temas no se cierran
ni abandonan, sino que son constantemente replanteados y enriquecidos.
______________________________
[22]Conferencia
de los Obispos Católicos del Sur de África, Pastoral Statement on the
Environmental Crisis (5 septiembre 1999).
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