V. Inequidad planetaria
48. El ambiente humano y el ambiente natural se
degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental
si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana
y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un
modo especial a los más débiles del planeta: «Tanto la experiencia común de la
vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves
efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre»[26].
Por ejemplo, el agotamiento de las reservas ictícolas perjudica especialmente a
quienes viven de la pesca artesanal y no tienen cómo reemplazarla, la
contaminación del agua afecta particularmente a los más pobres que no tienen
posibilidad de comprar agua envasada, y la elevación del nivel del mar afecta
principalmente a las poblaciones costeras empobrecidas que no tienen a dónde
trasladarse. El impacto de los desajustes actuales se manifiesta también en la
muerte prematura de muchos pobres, en los conflictos generados por falta de
recursos y en tantos otros problemas que no tienen espacio suficiente en las
agendas del mundo[27].
49. Quisiera advertir que no suele haber conciencia
clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son
la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes
en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente
parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se
añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera
un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan
frecuentemente en el último lugar. Ello se debe en parte a que muchos
profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder
están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto
directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un
desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la
población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces
favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la
conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados. Esto a veces
convive con un discurso «verde». Pero hoy no podemos dejar de reconocer que un
verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que
debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para
escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres.
50. En lugar de resolver los problemas de los
pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan sólo a proponer una
reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales a los países en
desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas de «salud
reproductiva». Pero, «si bien es cierto que la desigual distribución de la
población y de los recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso
sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es
plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario»[28].
Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de
algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el
modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de
consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta
no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además,
sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se
producen, y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del
pobre»[29].
De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio en
la distribución de la población sobre el territorio, tanto en el nivel nacional
como en el global, porque el aumento del consumo llevaría a situaciones
regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados a la
contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a la
pérdida de recursos, a la calidad de vida.
51. La inequidad no afecta sólo a individuos, sino
a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las relaciones
internacionales. Porque hay una verdadera « deuda ecológica », particularmente
entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con
consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de
los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países. Las
exportaciones de algunas materias primas para satisfacer los mercados en el
Norte industrializado han producido daños locales, como la contaminación con
mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la del cobre.
Especialmente hay que computar el uso del espacio ambiental de todo el planeta
para depositar residuos gaseosos que se han ido acumulando durante dos siglos y
han generado una situación que ahora afecta a todos los países del mundo. El
calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene
repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África,
donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el
rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños causados por la
exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos
tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que hacen en los países
menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan
capital: «Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son
multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países
desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus
actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como
la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales,
deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no
se pueden sostener»[30].
52. La deuda externa de los países pobres se ha
convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda
ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se
encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el
desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro. La
tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la
propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales les
está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad
estructuralmente perverso. Es necesario que los países desarrollados
contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo de
energía no renovable y aportando recursos a los países más necesitados para
apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible. Las regiones y los
países más pobres tienen menos posibilidades de adoptar nuevos modelos en orden
a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la capacitación para
desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los costos. Por eso, hay
que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático hay responsabilidades
diversificadas y, como dijeron los Obispos de Estados Unidos,
corresponde enfocarse «especialmente en las necesidades de los pobres, débiles
y vulnerables, en un debate a menudo dominado por intereses más poderosos»[31].
Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No
hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y
por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.
________________________________
[26] Conferencia
Episcopal Boliviana, Carta pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano en
Bolivia El universo, don de Dios para la vida(2012), 17.
[27] Cf.
Conferencia Episcopal Alemana. Comisión para Asuntos Sociales, Der
Klimawandel: Brennpunkt globaler, intergenerationeller und ökologischer
Gerechtigkeit (septiembre 2006), 28-30.
[29] Catequesis (5 junio 2013): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (7 junio 2013), p. 12.
[31] Conferencia
de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, Global Climate Change:
A Plea for Dialogue, Prudence and the Common Good (15 junio 2001).
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