VII. Diversidad de opiniones
Finalmente, reconozcamos que se han desarrollado
diversas visiones y líneas de pensamiento acerca de la situación y de las
posibles soluciones. En un extremo, algunos sostienen a toda costa el mito del
progreso y afirman que los problemas ecológicos se resolverán simplemente con
nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios de fondo. En
el otro extremo, otros entienden que el ser humano, con cualquiera de sus
intervenciones, sólo puede ser una amenaza y perjudicar al ecosistema mundial,
por lo cual conviene reducir su presencia en el planeta e impedirle todo tipo
de intervención. Entre estos extremos, la reflexión debería identificar
posibles escenarios futuros, porque no hay un solo camino de solución. Esto
daría lugar a diversos aportes que podrían entrar en diálogo hacia respuestas
integrales.
61. Sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no
tiene por qué proponer una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y
promover el debate honesto entre los científicos, respetando la diversidad de
opiniones. Pero basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran
deterioro de nuestra casa común. La esperanza nos invita a reconocer que
siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre
podemos hacer algo para resolver los problemas. Sin embargo, parecen advertirse
síntomas de un punto de quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y
de la degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales
como en crisis sociales o incluso financieras, dado que los problemas del mundo
no pueden analizarse ni explicarse de forma aislada. Hay regiones que ya están
especialmente en riesgo y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo
cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos
de vista, porque hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana: «Si
la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta
de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas»[35].
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN
62. ¿Por qué incluir en este documento, dirigido a
todas las personas de buena voluntad, un capítulo referido a convicciones
creyentes? No ignoro que, en el campo de la política y del pensamiento, algunos
rechazan con fuerza la idea de un Creador, o la consideran irrelevante, hasta
el punto de relegar al ámbito de lo irracional la riqueza que las religiones
pueden ofrecer para una ecología integral y para un desarrollo pleno de la
humanidad. Otras veces se supone que constituyen una subcultura que simplemente
debe ser tolerada. Sin embargo, la ciencia y la religión, que aportan
diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y
productivo para ambas.
I. La luz que ofrece la fe
63. Si tenemos en cuenta la complejidad de la
crisis ecológica y sus múltiples causas, deberíamos reconocer que las
soluciones no pueden llegar desde un único modo de interpretar y transformar la
realidad. También es necesario acudir a las diversas riquezas culturales de los
pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad. Si de
verdad queremos construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos
destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría
puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio lenguaje. Además,
la Iglesia Católica está abierta al diálogo con el pensamiento filosófico, y
eso le permite producir diversas síntesis entre la fe y la razón. En lo que
respecta a las cuestiones sociales, esto se puede constatar en el desarrollo de
la doctrina social de la Iglesia, que está llamada a enriquecerse cada vez más
a partir de los nuevos desafíos.
64. Por otra parte, si bien esta encíclica se abre
a un diálogo con todos, para buscar juntos caminos de liberación, quiero
mostrar desde el comienzo cómo las convicciones de la fe ofrecen a los
cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el
cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles. Si el solo
hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente del cual forman
parte, «los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la
creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de
su fe»[36].
Por eso, es un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos
mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones.
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[35] Id., Catequesis (17 enero 2001), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (19 enero 2001), p. 12.
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