IV. Deterioro de la calidad de la vida
humana y degradación social
43. Si tenemos en cuenta que el ser humano también
es una criatura de este mundo, que tiene derecho a vivir y a ser feliz, y que
además tiene una dignidad especialísima, no podemos dejar de considerar los
efectos de la degradación ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la
cultura del descarte en la vida de las personas.
44. Hoy advertimos, por ejemplo, el crecimiento
desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para
vivir, debido no solamente a la contaminación originada por las emisiones
tóxicas, sino también al caos urbano, a los problemas del transporte y a la
contaminación visual y acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras
ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan
sido construidos recientemente, están congestionados y desordenados, sin
espacios verdes suficientes. No es propio de habitantes de este planeta vivir
cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del
contacto físico con la naturaleza.
45. En algunos lugares, rurales y urbanos, la
privatización de los espacios ha hecho que el acceso de los ciudadanos a zonas
de particular belleza se vuelva difícil. En otros, se crean urbanizaciones «
ecológicas » sólo al servicio de unos pocos, donde se procura evitar que otros
entren a molestar una tranquilidad artificial. Suele encontrarse una ciudad
bella y llena de espacios verdes bien cuidados en algunas áreas « seguras »,
pero no tanto en zonas menos visibles, donde viven los descartables de la
sociedad.
46. Entre los componentes sociales del cambio
global se incluyen los efectos laborales de algunas innovaciones tecnológicas,
la exclusión social, la inequidad en la disponibilidad y el consumo de energía
y de otros servicios, la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y
el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el
consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad. Son
signos, entre otros, que muestran que el crecimiento de los últimos dos siglos
no ha significado en todos sus aspectos un verdadero progreso integral y una
mejora de la calidad de vida. Algunos de estos signos son al mismo tiempo
síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de los
lazos de integración y de comunión social.
47. A esto se agregan las dinámicas de los medios
del mundo digital que, cuando se convierten en omnipresentes, no favorecen el
desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de
amar con generosidad. Los grandes sabios del pasado, en este contexto,
correrían el riesgo de apagar su sabiduría en medio del ruido dispersivo de la
información. Esto nos exige un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un
nuevo desarrollo cultural de la humanidad y no en un deterioro de su riqueza
más profunda. La verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y
del encuentro generoso entre las personas, no se consigue con una mera
acumulación de datos que termina saturando y obnubilando, en una especie de
contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones
reales con los demás, con todos los desafíos que implican, por un tipo de
comunicación mediada por internet. Esto permite seleccionar o eliminar las
relaciones según nuestro arbitrio, y así suele generarse un nuevo tipo de
emociones artificiales, que tienen que ver más con dispositivos y pantallas que
con las personas y la naturaleza. Los medios actuales permiten que nos
comuniquemos y que compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces
también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con
la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal. Por eso no
debería llamar la atención que, junto con la abrumadora oferta de estos
productos, se desarrolle una profunda y melancólica insatisfacción en las
relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento.
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