ORACIÓN A LA VIRGEN DE LA SALUD

¡Virgen María, Madre de la Salud! Tu Hijo divino te encargó que fueras también Madre de todos los hombres. Desde entonces, con admirable fidelidad, has estado presente en la vida de la Iglesia y de cada uno de sus hijos; como ejemplar de todas las virtudes personales y comunitarias; como medianera nuestra ante Dios, y como madre de la vida divina que Cristo nos comunica.
Tú conoces nuestros sufrimientos y problemas, nuestras infidelidades y caídas. A ejemplo tuyo y con tu ayuda, aceptamos el plan de nuestro Padre Celestial que, en Cristo y por el Espíritu Santo quiere salvarnos a través de las pruebas y sufrimientos de la vida temporal, hasta darnos la plenitud de su vida sin término. Amén.

miércoles, 18 de febrero de 2015

MIÉRCOLES DE CENIZA



Apreciados hermanos , hoy iniciamos el tiempo de CUARESMA (cuarenta días) para prepararnos a la digna celebración de la Pascua.

La Iglesia Católica, inicia hoy, con el Miércoles de Ceniza, el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Como lo afirma el Papa Francisco en su Mensaje para este año: “La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia»; por eso, somos convocados a vivir estos cuarenta días, a través del ayuno, la oración y la limosna, como una verdadera experiencia de conversión que nos permita prepararnos dignamente para celebrar la Pascua, es decir, la actualización en nuestras vidas de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Pidamos al Señor que en este año en el que somos llamados, de manera especial, a seguir al Señor Jesús, reconociéndolo como el único Salvador del Mundo, seamos capaces de abrir nuestros oídos y nuestros corazones a la invitación que Él, constantemente, nos hace: ”Conviértanse y crean en el Evangelio”, para que esta Cuaresma sea un verdadero tiempo de gracia y de bendición que nos permita realmente volver a la casa de Dios nuestro Padre.

martes, 10 de febrero de 2015

PAPA FRANCISCO - AUDIENCIA GENERAL EL VALOR DE LA MUJER-MADRE


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!  Hoy continuamos con las catequesis sobre la Iglesia y haremos una reflexión sobre la Iglesia madre. La Iglesia es madre. Nuestra santa madre Iglesia.
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En estos días la liturgia de la Iglesia puso ante nuestros ojos el icono de la Virgen María Madre de Dios. El primer día del año es la fiesta de la Madre de Dios, a la que sigue la Epifanía, con el recuerdo de la visita de los Magos. Escribe el evangelista Mateo: «Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2, 11). Es la Madre que, tras haberlo engendrado, presenta el Hijo al mundo. Ella nos da a Jesús, ella nos muestra a Jesús, ella nos hace ver a Jesús.  Continuamos con las catequesis sobre la familia y en la familia está la madre. Toda persona humana debe la vida a una madre, y casi siempre le debe a ella mucho de la propia existencia sucesiva, de la formación humana y espiritual. La madre, sin embargo, incluso siendo muy exaltada desde punto de vista simbólico —muchas poesías, muchas cosas hermosas se dicen poéticamente de la madre—, se la escucha poco y se le ayuda poco en la vida cotidiana, y es poco considerada en su papel central en la sociedad. Es más, a menudo se aprovecha de la disponibilidad de las madres a sacrificarse por los hijos para «ahorrar» en los gastos sociales. 
Sucede que incluso en la comunidad cristiana a la madre no siempre se la tiene justamente en cuenta, se le escucha poco. Sin embargo, en el centro de la vida de la Iglesia está la Madre de Jesús. Tal vez las madres, dispuestas a muchos sacrificios por los propios hijos, y no pocas veces también por los de los demás, deberían ser más escuchadas. Habría que comprender más su lucha cotidiana por ser eficientes en el trabajo y atentas y afectuosas en la familia; habría que comprender mejor a qué aspiran ellas para expresar los mejores y auténticos frutos de su emancipación. Una madre con los hijos tiene siempre problemas, siempre trabajo. Recuerdo que en casa, éramos cinco hijos y mientras uno hacía una travesura, el otro pensaba en hacer otra, y la pobre mamá iba de una parte a la otra, pero era feliz. Nos dio mucho.
Las madres son el antídoto más fuerte ante la difusión del individualismo egoísta. «Individuo» quiere decir «que no se puede dividir». Las madres, en cambio, se «dividen» a partir del momento en el que acogen a un hijo para darlo al mundo y criarlo. Son ellas, las madres, quienes más odian la guerra, que mata a sus hijos. Muchas veces he pensado en esas madres al recibir la carta: «Le comunico que su hijo ha caído en defensa de la patria...». ¡Pobres mujeres! ¡Cómo sufre una madre! Son ellas quienes testimonian la belleza de la vida. El arzobispo Oscar Arnulfo Romero decía que las madres viven un «martirio materno». En la homilía para el funeral de un sacerdote asesinado por los escuadrones de la muerte, él dijo, evocando el Concilio Vaticano ii: «Todos debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, incluso si el Señor no nos concede este honor... Dar la vida no significa sólo ser asesinados; dar la vida, tener espíritu de martirio, es entregarla en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en ese silencio de la vida cotidiana; dar la vida poco a poco. Sí, como la entrega una madre, que sin temor, con la sencillez del martirio materno, concibe en su seno a un hijo, lo da a luz, lo amamanta, lo cría y cuida con afecto. Es dar la vida. Es martirio». Hasta aquí la citación. Sí, ser madre no significa sólo traer un hijo al mundo, sino que es también una opción de vida. ¿Qué elige una madre? ¿Cuál es la opción de vida de una madre? La opción de vida de una madre es la opción de dar la vida. Y esto es grande, esto es hermoso.
Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral. 

Las madres transmiten a menudo también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que aprende un niño, está inscrito el valor de la fe en la vida de un ser humano. Es un mensaje que las madres creyentes saben transmitir sin muchas explicaciones: estas llegarán después, pero la semilla de la fe está en esos primeros, valiosísimos momentos. Sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo. Y la Iglesia es madre, con todo esto, es nuestra madre. Nosotros no somos huérfanos, tenemos una madre. La Virgen, la madre Iglesia y nuestra madre. No somos huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de la Virgen y somos hijos de nuestras madres.
Queridísimas mamás, gracias, gracias por lo que sois en la familia y por lo que dais a la Iglesia y al mundo. Y a ti, amada Iglesia, gracias, gracias por ser madre. Y a ti, María, madre de Dios, gracias por hacernos ver a Jesús. Y gracias a todas las mamás aquí presentes: las saludamos con un aplauso.

Tomado de: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2015/documents/papa-francesco_20150107_udienza-generale.html