CAPÍTULO TERCERO
RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA
101. No nos servirá describir los síntomas, si no
reconocemos la raíz humana de la crisis ecológica. Hay un modo de entender la
vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta
dañarla. ¿Por qué no podemos detenernos a pensarlo? En esta reflexión propongo
que nos concentremos en el paradigma tecnocrático dominante y en el lugar del
ser humano y de su acción en el mundo.
I. La tecnología: creatividad y poder

103. La tecnociencia bien orientada no sólo puede
producir cosas realmente valiosas para mejorar la calidad de vida del ser
humano, desde objetos domésticos útiles hasta grandes medios de transporte,
puentes, edificios, lugares públicos. También es capaz de producir lo bello y
de hacer « saltar » al ser humano inmerso en el mundo material al ámbito de la
belleza. ¿Se puede negar la belleza de un avión, o de algunos rascacielos? Hay
preciosas obras pictóricas y musicales logradas con la utilización de nuevos
instrumentos técnicos. Así, en la intención de belleza del productor técnico y
en el contemplador de tal belleza, se da el salto a una cierta plenitud
propiamente humana.
105. Se tiende a creer «que todo incremento del
poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de
bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores»[83],
como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo
poder tecnológico y económico. El hecho es que «el hombre moderno no está
preparado para utilizar el poder con acierto»[84],
porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo
del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia. Cada época tiende a
desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es
posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se
presentan, y «la posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece
constantemente » cuando no está « sometido a norma alguna reguladora de la
libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la seguridad»[85].
El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se
entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas,
del egoísmo, de la violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a
su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo.
Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta
una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y
lo contengan en una lúcida abnegación.
II. Globalización del paradigma
tecnocrático

107. Podemos decir entonces que, en el origen de
muchas dificultades del mundo actual, está ante todo la tendencia, no siempre
consciente, a constituir la metodología y los objetivos de la tecnociencia en
un paradigma de comprensión que condiciona la vida de las personas y el
funcionamiento de la sociedad. Los efectos de la aplicación de este molde a
toda la realidad, humana y social, se constatan en la degradación del ambiente,
pero este es solamente un signo del reduccionismo que afecta a la vida humana y
a la sociedad en todas sus dimensiones. Hay que reconocer que los objetos
producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que termina
condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en la
línea de los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas elecciones, que
parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida
social que se quiere desarrollar.
108. No puede pensarse que sea posible sostener
otro paradigma cultural y servirse de la técnica como de un mero instrumento,
porque hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy
difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía es utilizarlos sin
ser dominados por su lógica. Se volvió contracultural elegir un estilo de vida
con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes de la técnica, de
sus costos y de su poder globalizador y masificador. De hecho, la técnica tiene
una inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea lógica, y «el hombre
que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad
ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la
palabra»[87].
Por eso «intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la
existencia humana»[88].
La capacidad de decisión, la libertad más genuina y el espacio para la
creatividad alternativa de los individuos se ven reducidos.
109. El paradigma tecnocrático también tiende a
ejercer su dominio sobre la economía y la política. La economía asume todo
desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales
consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía
real. No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial y con
mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro ambiental. En algunos
círculos se sostiene que la economía actual y la tecnología resolverán todos
los problemas ambientales, del mismo modo que se afirma, con lenguajes no
académicos, que los problemas del hambre y la miseria en el mundo simplemente
se resolverán con el crecimiento del mercado. No es una cuestión de teorías
económicas, que quizás nadie se atreve hoy a defender, sino de su instalación
en el desarrollo fáctico de la economía. Quienes no lo afirman con palabras lo
sostienen con los hechos, cuando no parece preocuparles una justa dimensión de
la producción, una mejor distribución de la riqueza, un cuidado responsable del
ambiente o los derechos de las generaciones futuras. Con sus comportamientos
expresan que el objetivo de maximizar los beneficios es suficiente. Pero el
mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión
social[89].
Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo derrochador y consumista, que
contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria
deshumanizadora»[90],
y no se elaboran con suficiente celeridad instituciones económicas y cauces
sociales que permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos
básicos. No se termina de advertir cuáles son las raíces más profundas de los
actuales desajustes, que tienen que ver con la orientación, los fines, el
sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico.
111. La cultura ecológica no se puede reducir a una
serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en
torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y
a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política,
un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una
resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático. De otro modo, aun las
mejores iniciativas ecologistas pueden terminar encerradas en la misma lógica
globalizada. Buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja
es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos
y más profundos problemas del sistema mundial.
112. Sin embargo, es posible volver a ampliar la
mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y
colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más
social, más integral. La liberación del paradigma tecnocrático reinante se
produce de hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando comunidades de
pequeños productores optan por sistemas de producción menos contaminantes,
sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de convivencia no consumista. O cuando
la técnica se orienta prioritariamente a resolver los problemas concretos de los
demás, con la pasión de ayudar a otros a vivir con más dignidad y menos
sufrimiento. También cuando la intención creadora de lo bello y su
contemplación logran superar el poder objetivante en una suerte de salvación
que acontece en lo bello y en la persona que lo contempla. La auténtica
humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece habitar en medio de la
civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como la niebla que se filtra
bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de todo, brotando
como una empecinada resistencia de lo auténtico?
113. Por otra parte, la gente ya no parece creer en
un futuro feliz, no confía ciegamente en un mañana mejor a partir de las
condiciones actuales del mundo y de las capacidades técnicas. Toma conciencia
de que el avance de la ciencia y de la técnica no equivale al avance de la
humanidad y de la historia, y vislumbra que son otros los caminos fundamentales
para un futuro feliz. No obstante, tampoco se imagina renunciando a las
posibilidades que ofrece la tecnología. La humanidad se ha modificado
profundamente, y la sumatoria de constantes novedades consagra una fugacidad
que nos arrastra por la superficie, en una única dirección. Se hace difícil
detenernos para recuperar la profundidad de la vida. Si la arquitectura refleja
el espíritu de una época, las megaestructuras y las casas en serie expresan el
espíritu de la técnica globalizada, donde la permanente novedad de los
productos se une a un pesado aburrimiento. No nos resignemos a ello y no renunciemos
a preguntarnos por los fines y por el sentido de todo. De otro modo, sólo
legitimaremos la situación vigente y necesitaremos más sucedáneos para soportar
el vacío.
114. Lo que está ocurriendo nos pone ante la
urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural. La ciencia y la
tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el comienzo hasta
el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y pueden
configurarse de distintas maneras. Nadie pretende volver a la época de las cavernas,
pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra
manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los
valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano.
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[81] Juan
Pablo II, Discurso a los
representantes de la ciencia, de la cultura y de los altos estudios en la
Universidad de las Naciones Unidas, Hiroshima (25 febrero 1981), 3: AAS 73 (1981), 422.
[83] Romano
Guardini, Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 87 (ed.
esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958, 111-112).
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