Necesidad de
preservar el trabajo
124. En cualquier planteo sobre una ecología
integral, que no excluya al ser humano, es indispensable incorporar el valor
del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan Pablo II en su
encíclica Laborem exercens. Recordemos que, según el
relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser humano en el jardín recién
creado (cf. Gn 2,15) no sólo para preservar lo existente
(cuidar), sino para trabajar sobre ello de manera que produzca frutos (labrar).
Así, los obreros y artesanos «aseguran la creación eterna» (Si 38,34).
En realidad, la intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo
creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como
instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que él mismo
colocó en las cosas: «Dios puso en la tierra medicinas y el hombre prudente no
las desprecia» (Si 38,4).

126. Recojamos también algo de la larga tradición
del monacato. Al comienzo favorecía en cierto modo la fuga del mundo,
intentando escapar de la decadencia urbana. Por eso, los monjes buscaban el
desierto, convencidos de que era el lugar adecuado para reconocer la presencia
de Dios. Posteriormente, san Benito de Nursia propuso que sus monjes vivieran
en comunidad combinando la oración y la lectura con el trabajo manual (ora
et labora). Esta introducción del trabajo manual impregnado de sentido
espiritual fue revolucionaria. Se aprendió a buscar la maduración y la
santificación en la compenetración entre el recogimiento y el trabajo. Esa
manera de vivir el trabajo nos vuelve más cuidadosos y respetuosos del
ambiente, impregna de sana sobriedad nuestra relación con el mundo.
127. Decimos que «el hombre es el autor, el centro
y el fin de toda la vida económico-social»[100].
No obstante, cuando en el ser humano se daña la capacidad de contemplar y de
respetar, se crean las condiciones para que el sentido del trabajo se desfigure[101].
Conviene recordar siempre que el ser humano es «capaz de ser por sí mismo
agente responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su
desarrollo espiritual»[102].
El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se
ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del
futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la
comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual
realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y
de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que «se siga buscando
como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de
todos»[103].
128. Estamos llamados al trabajo desde nuestra
creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más
el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo
es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de
maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido,
ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para
resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida
digna a través del trabajo. Pero la orientación de la economía ha propiciado un
tipo de avance tecnológico para reducir costos de producción en razón de la
disminución de los puestos de trabajo, que se reemplazan por máquinas. Es un
modo más como la acción del ser humano puede volverse en contra de él mismo. La
disminución de los puestos de trabajo «tiene también un impacto negativo en el
plano económico por el progresivo desgaste del “capital social”, es decir, del
conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad, y respeto de las normas, que
son indispensables en toda convivencia civil»[104].
En definitiva, «los costes humanos son siempre también costes
económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes
humanos»[105].
Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy
mal negocio para la sociedad.
129. Para que siga siendo posible dar empleo, es
imperioso promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la
creatividad empresarial. Por ejemplo, hay una gran variedad de sistemas
alimentarios campesinos y de pequeña escala que sigue alimentando a la mayor
parte de la población mundial, utilizando una baja proporción del territorio y
del agua, y produciendo menos residuos, sea en pequeñas parcelas agrícolas,
huertas, caza y recolección silvestre o pesca artesanal. Las economías de
escala, especialmente en el sector agrícola, terminan forzando a los pequeños
agricultores a vender sus tierras o a abandonar sus cultivos tradicionales. Los
intentos de algunos de ellos por avanzar en otras formas de producción más
diversificadas terminan siendo inútiles por la dificultad de conectarse con los
mercados regionales y globales o porque la infraestructura de venta y de
transporte está al servicio de las grandes empresas. Las autoridades tienen el
derecho y la responsabilidad de tomar medidas de claro y firme apoyo a los
pequeños productores y a la variedad productiva. Para que haya una libertad
económica de la que todos efectivamente se beneficien, a veces puede ser
necesario poner límites a quienes tienen mayores recursos y poder financiero.
Una libertad económica sólo declamada, pero donde las condiciones reales impiden
que muchos puedan acceder realmente a ella, y donde se deteriora el acceso al
trabajo, se convierte en un discurso contradictorio que deshonra a la política.
La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir
riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de
promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende
que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al
bien común.
Innovación biológica
a partir de la investigación
130. En la visión filosófica y teológica de la
creación que he tratado de proponer, queda claro que la persona humana, con la
peculiaridad de su razón y de su ciencia, no es un factor externo que deba ser
totalmente excluido. No obstante, si bien el ser humano puede intervenir en
vegetales y animales, y hacer uso de ellos cuando es necesario para su vida,
el Catecismo enseña que las experimentaciones con
animales sólo son legítimas «si se mantienen en límites razonables y
contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas»[106].
Recuerda con firmeza que el poder humano tiene límites y que «es contrario a la
dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin
necesidad sus vidas»[107].
Todo uso y experimentación «exige un respeto religioso de la integridad de la
creación»[108].

132. En este marco debería situarse cualquier
reflexión acerca de la intervención humana sobre los vegetales y animales, que
hoy implica mutaciones genéticas generadas por la biotecnología, en orden a
aprovechar las posibilidades presentes en la realidad material. El respeto de
la fe a la razón implica prestar atención a lo que la misma ciencia biológica,
desarrollada de manera independiente con respecto a los intereses económicos,
puede enseñar acerca de las estructuras biológicas y de sus posibilidades y
mutaciones. En todo caso, una intervención legítima es aquella que actúa en la
naturaleza «para ayudarla a desarrollarse en su línea, la de la creación, la
querida por Dios»[112].
133. Es difícil emitir un juicio general sobre el
desarrollo de organismos genéticamente modificados (OMG), vegetales o animales,
médicos o agropecuarios, ya que pueden ser muy diversos entre sí y requerir
distintas consideraciones. Por otra parte, los riesgos no siempre se atribuyen
a la técnica misma sino a su aplicación inadecuada o excesiva. En realidad, las
mutaciones genéticas muchas veces fueron y son producidas por la misma
naturaleza. Ni siquiera aquellas provocadas por la intervención humana son un
fenómeno moderno. La domesticación de animales, el cruzamiento de especies y
otras prácticas antiguas y universalmente aceptadas pueden incluirse en estas
consideraciones. Cabe recordar que el inicio de los desarrollos científicos de
cereales transgénicos estuvo en la observación de una bacteria que natural y
espontáneamente producía una modificación en el genoma de un vegetal. Pero en
la naturaleza estos procesos tienen un ritmo lento, que no se compara con la
velocidad que imponen los avances tecnológicos actuales, aun cuando estos
avances tengan detrás un desarrollo científico de varios siglos.
134. Si bien no hay comprobación contundente acerca
del daño que podrían causar los cereales transgénicos a los seres humanos, y en
algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó
a resolver problemas, hay dificultades importantes que no deben ser
relativizadas. En muchos lugares, tras la introducción de estos cultivos, se
constata una concentración de tierras productivas en manos de pocos debido a
«la progresiva desaparición de pequeños productores que, como consecuencia de
la pérdida de las tierras explotadas, se han visto obligados a retirarse de la
producción directa»[113].Los
más frágiles se convierten en trabajadores precarios, y muchos empleados
rurales terminan migrando a miserables asentamientos de las ciudades. La
expansión de la frontera de estos cultivos arrasa con el complejo entramado de
los ecosistemas, disminuye la diversidad productiva y afecta el presente y el
futuro de las economías regionales. En varios países se advierte una tendencia
al desarrollo de oligopolios en la producción de granos y de otros productos
necesarios para su cultivo, y la dependencia se agrava si se piensa en la
producción de granos estériles que terminaría obligando a los campesinos a
comprarlos a las empresas productoras.
135. Sin duda hace falta una atención constante,
que lleve a considerar todos los aspectos éticos implicados. Para eso hay que
asegurar una discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz
de considerar toda la información disponible y de llamar a las cosas por su
nombre. A veces no se pone sobre la mesa la totalidad de la información, que se
selecciona de acuerdo con los propios intereses, sean políticos, económicos o
ideológicos. Esto vuelve difícil desarrollar un juicio equilibrado y prudente
sobre las diversas cuestiones, considerando todas las variables atinentes. Es
preciso contar con espacios de discusión donde todos aquellos que de algún modo
se pudieran ver directa o indirectamente afectados (agricultores, consumidores,
autoridades, científicos, semilleras, poblaciones vecinas a los campos
fumigados y otros) puedan exponer sus problemáticas o acceder a información
amplia y fidedigna para tomar decisiones tendientes al bien común presente y
futuro. Es una cuestión ambiental de carácter complejo, por lo cual su
tratamiento exige una mirada integral de todos sus aspectos, y esto requeriría
al menos un mayor esfuerzo para financiar diversas líneas de investigación
libre e interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz.
136. Por otra parte, es preocupante que cuando
algunos movimientos ecologistas defienden la integridad del ambiente, y con
razón reclaman ciertos límites a la investigación científica, a veces no
aplican estos mismos principios a la vida humana. Se suele justificar que se
traspasen todos los límites cuando se experimenta con embriones humanos vivos.
Se olvida que el valor inalienable de un ser humano va más allá del grado de su
desarrollo. De ese modo, cuando la técnica desconoce los grandes principios
éticos, termina considerando legítima cualquier práctica. Como vimos en este
capítulo, la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de
autolimitar su poder.
_______________________________________
[110] Discurso a la Pontificia
Academia de las Ciencias (3 octubre
1981), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8
noviembre 1981), p. 7.
[112] Juan
Pablo II, Discurso a la 35 Asamblea
General de la Asociación Médica Mundial (29 octubre 1983), 6: AAS 76 (1984), 394.
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