ORACIÓN A LA VIRGEN DE LA SALUD

¡Virgen María, Madre de la Salud! Tu Hijo divino te encargó que fueras también Madre de todos los hombres. Desde entonces, con admirable fidelidad, has estado presente en la vida de la Iglesia y de cada uno de sus hijos; como ejemplar de todas las virtudes personales y comunitarias; como medianera nuestra ante Dios, y como madre de la vida divina que Cristo nos comunica.
Tú conoces nuestros sufrimientos y problemas, nuestras infidelidades y caídas. A ejemplo tuyo y con tu ayuda, aceptamos el plan de nuestro Padre Celestial que, en Cristo y por el Espíritu Santo quiere salvarnos a través de las pruebas y sufrimientos de la vida temporal, hasta darnos la plenitud de su vida sin término. Amén.

viernes, 4 de septiembre de 2015

NUESTRA SEÑORA DE LA CONSOLACIÓN


HOY CELEBRAMOS EN LA ORDEN DE SAN AGUSTÍN
NUESTRA SEÑORA
MADRE DE LA CONSOLACIÓN
Patrona de la Orden
Solemnidad


    La Bienaventurada Virgen María es venerada como Madre de Consolación, porque a través de ella “Dios mandó al mundo al Consolador”, Cristo Jesús. La participación en los dolores de la pasión de su Hijo y en las alegrías de su resurrección la ponen en condición de consolar a sus hijos en cualquier aflicción en que se encuentren. Después de la ascensión de Jesucristo, en unión con los apóstoles imploró con ardor y esperó con confianza al Espíritu Consolador. Ahora, elevada al cielo, “brilla ante el pueblo peregrino de Dios como signo de segura esperanza y consolación” (LG 69). Al menos desde el siglo XVII, “Madre de Consolación” o “Madre de la Correa” es el título principal con que la Orden agustiniana honra a la Virgen. En 1439 obtuvo la facultad de erigir para los laicos la “Cofradía de la Correa”. Una piadosa leyenda, nacida en el seno de la Orden, narraba que la Virgen se había aparecido a santa Mónica, afligida por la suerte de Agustín, consolándola y dándole una correa, la misma con que después se ciñeron Agustín y sus frailes. De ordinario, la iconografía representa a la Virgen y al Niño en el acto de entregar sendas correas,, respectivamente a santa Mónica y a san Agustín. En 1495 surgió en la Iglesia agustiniana de Bolonia la “Cofradía de Santa María de la Consolación”. En 1575 ambas cofradías se fusionaron en una púnica “Archicofradía de la Correa”, a la que la Sede Apostólica enriqueció con abundancia de indulgencias.
                        
                       Dulce Madre del consuelo,
                        dulce Madre del amor,
                        oye, oh Virgen, desde el cielo
                        la plegaria del dolor.

                        Como herida la paloma
                        busca ansiosa el blando nido,
                        el corazón dolorido
                        vuela a tu seño a llorar.

                        Tú sola entiendes, oh Madre,
                        sus quejas y su quebranto.
                        Tú sola secas su llanto,
                        tú sola ves su penar. 

                        ¡Oh, qué dulce es, Virgen pura,
                        en las tormentas del alma,
                        hallar la perdida calma
                        tu semblante al descubrir!

                        ¡Oh, qué dulce es la vida
                        en el triste desconsuelo
                        alzar los ojos al cielo
                        y contigo sonreír!

                        Eres tú, Virgen bendita,
                        fuente de eterna alegría,
                        Madre de Dios, Madre mía,
                        santo emblema del dolor.

                        Rico panal que labraron
                        los ángeles en el cielo,
                        dulce Madre del consuelo,
                        dulce Madre del amor. Amén.

Del Tratado de la Corona de Nuestra Señora, de san Alonso de Orozco, presbítero
(10,4, Opera Omnia. III, Madrid 1736, 163-164)

María al pie de la Cruz invita a todos para consolarlos
    Vengan a mí todos los que trabajan y llevan cargas pesadas y yo los consolaré. Nuestro Salvador piadoso dijo estas palabras llamando a todos los afligidos y que padecen trabajos, porque él es el único remedio y consuelo nuestro y tiene caudal bastante para remediar a todos. Más, océano es de donde salen todos los ríos de misericordia, y no se agota ni puede agotarse; el mundo llama apara atormentar a los que le siguen, sólo Jesucristo, padre de las misericordias, atrae benignamente a sí e invita a los que sufren para recrearlos y perdonarlos.
    Nuestra Señora, madre de misericordia, imitando a precioso hijo, toma las mismas palabras y dice: “Ea, cristianos atribulados, vengan a mí, que yo los recrearé, aquí donde me ven, al pie de la cruz de mi hijo. Si vinieren, llamándome con fe y amor, seré su amparo. Vengan todos los estados, que mi sagrado hijo por todos quiso que yo pasase, para que todos hallasen descanso. Vengan las vírgenes, que yo perpetua virginal pureza guardé. Vengan los casados, que yo tuve por esposo al santo José. Bien sabré compadecerme de las madres que perdieron sus hijos con gran dolor, pues delante de mis ojos veo morir a mi hijo amado, Salvador del mundo. Vengan éstas también”.
    Si la caridad de san Pablo era tan bastante que, estando aherrojado, confortaba a los cristianos escribiéndoles cartas, ¡cuánto más la Reina del Cielo, aunque tan afligida al pie de la cruz, tendrá caudal para dar favor y consuelo a quien se lo demandare! Cosa es maravillosa: no solamente sufrió con paciencia los trabajos de Cristo, sino con gran contento, que es más alta perfección. La paciencia, dice Santiago, tiene consigo la obra perfecta. Esta virtud excelente nos enseña nuestra Señora y nos llama para que la aprendamos de ella. Ésta es la que dio la corona a los mártires, confesores y vírgenes. Ésta, finalmente, es la que trae consigo perseverancia en las virtudes cristianas; sin ésta no hay entrada en el cielo; y si no somos tan acabados y perfectos que, como la Virgen santa, padezcamos con alegría, a lo menos tengamos sufrimiento en las aflicciones que Dios nos envía, como lo hizo el santo Job, dando alabanzas a nuestro Salvador.
Oración
    Padre de las misericordias, que por la bienaventurada Virgen María enviaste al mundo el consuelo prometido por los profetas, tu Hijo Jesucristo, concédenos, por su intercesión, que podamos recibir tus abundantes consolaciones y compartirlas con los hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo.

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