Apreciados lectores, a partir de este día vamos a ir publicando poco a poco la encíclica del Papa Francisco LAUDATO SI' sobre el cuidado de la casa común. Los invitamos a ir leyendo por partes esta encíclica que es un gran llamado del Papa a cuidar nuestro planeta, a tomar conciencia de dónde vivimos y que necesitamos de este mundo. Si tienen sugerencias, comentarios o preguntas sobre los textos, estamos atentos a sus inquietudes y aportes. Bendiciones a todos y que esta carta encíclica nos ayude a todos a comprender la grandeza de la creación.
CARTA ENCÍCLICA LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
1. «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi
Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que
nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la
existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado
seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y
gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»[1].
2. Esta hermana clama por el daño que le provocamos
a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en
ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores,
autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por
el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos
en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre
los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada
tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos
que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio
cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da
el aliento y su agua nos vivifica y restaura.
Nada de este mundo
nos resulta indiferente
3. Hace más de cincuenta años, cuando el mundo
estaba vacilando al filo de una crisis nuclear, el santo Papa Juan XXIII
escribió una encíclica en la cual no se conformaba con rechazar una guerra,
sino que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su mensaje Pacem in terris a todo el «mundo
católico », pero agregaba «y a todos los hombres de buena voluntad ». Ahora,
frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que
habita este planeta. En mi exhortación Evangelii gaudium, escribí a los miembros de
la Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera todavía
pendiente. En esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con todos
acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de Pacem in terris, en 1971, el beato Papa
Pablo VI se refirió a la problemática ecológica, presentándola como una crisis,
que es « una consecuencia dramática » de la actividad descontrolada del ser
humano: « Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser
humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta
degradación »[2].También
habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo el efecto
de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia y la
necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque
«los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más
sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados
por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el
hombre»[3].
5. San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un
interés cada vez mayor. En su primera encíclica, advirtió que el ser humano
parece «no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente
aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo»[4].
Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global[5].
Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar las
condiciones morales de una auténtica ecología humana»[6].
La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le
encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe
ser protegido de diversas formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y
mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos
de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy
la sociedad»[7].El
auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a
la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y «tener
en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado»[8].
Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano
debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por
parte de Dios[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación
a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial
y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el
respeto del medio ambiente»[10].
Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos,
porque «el libro de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente,
la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por
consiguiente, «la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la
cultura que modela la convivencia humana »[11].
El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de
heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el
ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al
mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que
guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites. Se
olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo.
El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también
naturaleza»[12].
Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se
ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el
conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para
nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya
ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros
mismos»[13].
[5] Cf. Catequesis (17 enero 2001), 4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[10] Discurso al Cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede (8 enero 2007): AAS 99 (2007), 73.
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