Unidos por una misma
preocupación
7. Estos aportes de los Papas recogen la reflexión
de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales que
enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones. Pero no
podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y
Comunidades cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una
amplia preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan
a todos. Para poner sólo un ejemplo destacable, quiero recoger brevemente parte
del aporte del querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, con el que compartimos la
esperanza de la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha referido
particularmente a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus propias
maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en que todos generamos
pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra contribución
–pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la creación»[14].
Sobre este punto él se ha expresado repetidamente de una manera firme y
estimulante, invitándonos a reconocer los pecados contra la creación: «Que los
seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los
seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático,
desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas;
que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son
pecados»[15].
Porque «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un
pecado contra Dios»[16].
9. Al mismo tiempo, Bartolomé llamó la atención
sobre las raíces éticas y espirituales de los problemas ambientales, que nos
invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino en un cambio del ser
humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Nos propuso pasar
del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la
capacidad de compartir, en una ascesis que «significa aprender a dar, y no
simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo
quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la
avidez, de la dependencia»[17].
Los cristianos, además, estamos llamados a « aceptar el mundo como sacramento
de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala
global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran
en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación
de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta »[18].
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir
a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre como guía y como
inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma. Creo que
Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una
ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de
todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por
muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la
creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su
alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino
que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros,
con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son
inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el
compromiso con la sociedad y la paz interior.
11. Su testimonio nos muestra también que una
ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el
lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de
lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que
él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar,
incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación
con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar al
Señor, como si gozaran del don de la razón»[19].
Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo
económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con
lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su
discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al
considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por
más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas»[20].
Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional,
porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro
comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura
al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y
de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las
del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de
poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos
íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de
modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un
ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir
la realidad en mero objeto de uso y de dominio.
12. Por otra parte, san Francisco, fiel a la
Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el
cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A
través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía
al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen
visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del
mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se
dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas
silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento
a Dios, autor de tanta belleza[21].
El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que
contemplamos con jubilosa alabanza.
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[15] Discurso
en Santa Bárbara,
California (8 noviembre 1997); cf. John Chryssavgis, On Earth as in
Heaven: Ecological Vision and Initiatives of Ecumenical Patriarch Bartholomew,
Bronx, New York 2012.
[18] Discurso
« Global Responsibility and Ecological Sustainability: Closing
Remarks », I Vértice de Halki, Estambul (20 junio 2012).
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