III. Diálogo y transparencia en los
procesos decisionales
182. La previsión del impacto ambiental de los
emprendimientos y proyectos requiere procesos políticos transparentes y sujetos
al diálogo, mientras la corrupción, que esconde el verdadero impacto ambiental
de un proyecto a cambio de favores, suele llevar a acuerdos espurios que evitan
informar y debatir ampliamente.
183. Un estudio del impacto ambiental no debería
ser posterior a la elaboración de un proyecto productivo o de cualquier
política, plan o programa a desarrollarse. Tiene que insertarse desde el
principio y elaborarse de modo interdisciplinario, transparente e independiente
de toda presión económica o política. Debe conectarse con el análisis de las
condiciones de trabajo y de los posibles efectos en la salud física y mental de
las personas, en la economía local, en la seguridad. Los resultados económicos
podrán así deducirse de manera más realista, teniendo en cuenta los escenarios
posibles y eventualmente previendo la necesidad de una inversión mayor para
resolver efectos indeseables que puedan ser corregidos. Siempre es necesario
alcanzar consensos entre los distintos actores sociales, que pueden aportar
diferentes perspectivas, soluciones y alternativas. Pero en la mesa de
discusión deben tener un lugar privilegiado los habitantes locales, quienes se
preguntan por lo que quieren para ellos y para sus hijos, y pueden considerar
los fines que trascienden el interés económico inmediato. Hay que dejar de
pensar en «intervenciones» sobre el ambiente para dar lugar a políticas
pensadas y discutidas por todas las partes interesadas. La participación
requiere que todos sean adecuadamente informados de los diversos aspectos y de
los diferentes riesgos y posibilidades, y no se reduce a la decisión inicial
sobre un proyecto, sino que implica también acciones de seguimiento o
monitorización constante. Hace falta sinceridad y verdad en las discusiones
científicas y políticas, sin reducirse a considerar qué está permitido o no por
la legislación.
184. Cuando aparecen eventuales riesgos para el
ambiente que afecten al bien común presente y futuro, esta situación exige «que
las decisiones se basen en una comparación entre los riesgos y los beneficios
hipotéticos que comporta cada decisión alternativa posible»[131].
Esto vale sobre todo si un proyecto puede producir un incremento de utilización
de recursos naturales, de emisiones o vertidos, de generación de residuos, o
una modificación significativa en el paisaje, en el hábitat de especies
protegidas o en un espacio público. Algunos proyectos, no suficientemente
analizados, pueden afectar profundamente la calidad de vida de un lugar debido
a cuestiones tan diversas entre sí como una contaminación acústica no prevista,
la reducción de la amplitud visual, la pérdida de valores culturales, los
efectos del uso de energía nuclear. La cultura consumista, que da prioridad al
corto plazo y al interés privado, puede alentar trámites demasiado rápidos o
consentir el ocultamiento de información.
185. En toda discusión acerca de un emprendimiento,
una serie de preguntas deberían plantearse en orden a discernir si aportará a
un verdadero desarrollo integral: ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué
manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los
costos y cómo lo hará? En este examen hay cuestiones que deben tener prioridad.
Por ejemplo, sabemos que el agua es un recurso escaso e indispensable y es un
derecho fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos. Eso
es indudable y supera todo análisis de impacto ambiental de una región.
186. En la Declaración de Río de 1992, se sostiene
que, «cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza
científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción
de medidas eficaces»[132] que
impidan la degradación del medio ambiente. Este principio precautorio permite
la protección de los más débiles, que disponen de pocos medios para defenderse
y para aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever
un daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible,
cualquier proyecto debería detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de
la prueba, ya que en estos casos hay que aportar una demostración objetiva y
contundente de que la actividad propuesta no va a generar daños graves al
ambiente o a quienes lo habitan.
187. Esto no implica oponerse a cualquier innovación
tecnológica que permita mejorar la calidad de vida de una población. Pero en
todo caso debe quedar en pie que la rentabilidad no puede ser el único criterio
a tener en cuenta y que, en el momento en que aparezcan nuevos elementos de
juicio a partir de la evolución de la información, debería haber una nueva
evaluación con participación de todas las partes interesadas. El resultado de
la discusión podría ser la decisión de no avanzar en un proyecto, pero también
podría ser su modificación o el desarrollo de propuestas alternativas.
188. Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas
con el ambiente donde es difícil alcanzar consensos. Una vez más expreso que la
Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la
política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las
necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común.
IV. Política y economía en diálogo para
la plenitud humana
189. La política no debe someterse a la economía y
ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la
tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la
política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la
vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa,
haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y
reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no
tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga,
costosa y aparente curación. La crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión
para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y
para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la
riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los
criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo. La producción no es siempre
racional, y suele estar atada a variables económicas que fijan a los productos
un valor que no coincide con su valor real. Eso lleva muchas veces a una
sobreproducción de algunas mercancías, con un impacto ambiental innecesario,
que al mismo tiempo perjudica a muchas economías regionales[133].
La burbuja financiera también suele ser una burbuja productiva. En definitiva,
lo que no se afronta con energía es el problema de la economía real, la que
hace posible que se diversifique y mejore la producción, que las empresas
funcionen adecuadamente, que las pequeñas y medianas empresas se desarrollen y
creen empleo.
190. En este contexto, siempre hay que recordar que
«la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero
de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos
del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente»[134].
Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a
pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios
de las empresas o de los individuos. ¿Es realista esperar que quien se
obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos
ambientales que dejará a las próximas generaciones? Dentro del esquema del
rédito no hay lugar para pensar en los ritmos de la naturaleza, en sus tiempos
de degradación y de regeneración, y en la complejidad de los ecosistemas, que
pueden ser gravemente alterados por la intervención humana. Además, cuando se
habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un depósito de
recursos económicos que podría ser explotado, pero no se considera seriamente
el valor real de las cosas, su significado para las personas y las culturas,
los intereses y necesidades de los pobres.
191. Cuando se plantean estas cuestiones, algunos
reaccionan acusando a los demás de pretender detener irracionalmente el
progreso y el desarrollo humano. Pero tenemos que convencernos de que
desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a
otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso sostenible de los
recursos naturales no son un gasto inútil, sino una inversión que podrá ofrecer
otros beneficios económicos a medio plazo. Si no tenemos estrechez de miras,
podemos descubrir que la diversificación de una producción más innovativa y con
menor impacto ambiental, puede ser muy rentable. Se trata de abrir camino a
oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su
sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos.
192. Por ejemplo, un camino de desarrollo
productivo más creativo y mejor orientado podría corregir el hecho de que haya
una inversión tecnológica excesiva para el consumo y poca para resolver
problemas pendientes de la humanidad; podría generar formas inteligentes y
rentables de reutilización, refuncionalización y reciclado; podría mejorar la
eficiencia energética de las ciudades. La diversificación productiva da
amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la
vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo. Esta sería una creatividad
capaz de hacer florecer nuevamente la nobleza del ser humano, porque es más
digno usar la inteligencia, con audacia y responsabilidad, para encontrar
formas de desarrollo sostenible y equitativo, en el marco de una noción más
amplia de lo que es la calidad de vida. En cambio, es más indigno, superficial
y menos creativo insistir en crear formas de expolio de la naturaleza sólo para
ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito inmediato.
193. De todos modos, si en algunos casos el
desarrollo sostenible implicará nuevas formas de crecer, en otros casos, frente
al crecimiento voraz e irresponsable que se produjo durante muchas décadas, hay
que pensar también en detener un poco la marcha, en poner algunos límites
racionales e incluso en volver atrás antes que sea tarde. Sabemos que es
insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más,
mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por
eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del
mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes.
Decía Benedicto XVI que «es necesario que las sociedades tecnológicamente
avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la
sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las
condiciones de su uso»[135].
194. Para que surjan nuevos modelos de progreso,
necesitamos «cambiar el modelo de desarrollo global»[136],
lo cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la economía y
su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones»[137].
No basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la
renta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema
los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se
trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no
deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede
considerarse progreso. Por otra parte, muchas veces la calidad real de la vida
de las personas disminuye –por el deterioro del ambiente, la baja calidad de
los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos recursos– en el
contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el discurso del
crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio
que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas
y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las empresas
suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen.
195. El principio de maximización de la ganancia,
que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una distorsión conceptual
de la economía: si aumenta la producción, interesa poco que se produzca a costa
de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si la tala de un bosque
aumenta la producción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que implica
desertificar un territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contaminación.
Es decir, las empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima
de los costos. Sólo podría considerarse ético un comportamiento en el cual «los
costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales
comunes se reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por
aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones»[138].La
racionalidad instrumental, que sólo aporta un análisis estático de la realidad
en función de necesidades actuales, está presente tanto cuando quien asigna los
recursos es el mercado como cuando lo hace un Estado planificador.
196. ¿Qué ocurre con la política? Recordemos el
principio de subsidiariedad, que otorga libertad para el desarrollo de las
capacidades presentes en todos los niveles, pero al mismo tiempo exige más
responsabilidad por el bien común a quien tiene más poder. Es verdad que hoy
algunos sectores económicos ejercen más poder que los mismos Estados. Pero no
se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar
otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual. La lógica que
no permite prever una preocupación sincera por el ambiente es la misma que vuelve
imprevisible una preocupación por integrar a los más frágiles, porque «en el
vigente modelo “exitista” y “privatista” no parece tener sentido invertir para
que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida»[139].
197. Necesitamos una política que piense con visión
amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo
interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis. Muchas veces la misma
política es responsable de su propio descrédito, por la corrupción y por la
falta de buenas políticas públicas. Si el Estado no cumple su rol en una
región, algunos grupos económicos pueden aparecer como benefactores y detentar
el poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir ciertas normas, hasta dar
lugar a diversas formas de criminalidad organizada, trata de personas,
narcotráfico y violencia muy difíciles de erradicar. Si la política no es capaz
de romper una lógica perversa, y también queda subsumida en discursos
empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes problemas de la humanidad.
Una estrategia de cambio real exige repensar la totalidad de los procesos, ya que
no basta con incluir consideraciones ecológicas superficiales mientras no se
cuestione la lógica subyacente en la cultura actual. Una sana política debería
ser capaz de asumir este desafío.
198. La política y la economía tienden a culparse
mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente.
Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas
de interacción orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan sólo por
el rédito económico y otros se obsesionan sólo por conservar o acrecentar el
poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos espurios donde lo que menos
interesa a las dos partes es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles.
Aquí también vale que «la unidad es superior al conflicto»[140].
V. Las religiones en el diálogo con las
ciencias
199. No se puede sostener que las ciencias empíricas
explican completamente la vida, el entramado de todas las criaturas y el
conjunto de la realidad. Eso sería sobrepasar indebidamente sus confines
metodológicos limitados. Si se reflexiona con ese marco cerrado, desaparecen la
sensibilidad estética, la poesía, y aun la capacidad de la razón para percibir
el sentido y la finalidad de las cosas[141].
Quiero recordar que «los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un
significado para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que abre
siempre nuevos horizontes […] ¿Es razonable y culto relegarlos a la oscuridad,
sólo por haber surgido en el contexto de una creencia religiosa?»[142].
En realidad, es ingenuo pensar que los principios éticos puedan presentarse de
un modo puramente abstracto, desligados de todo contexto, y el hecho de que
aparezcan con un lenguaje religioso no les quita valor alguno en el debate
público. Los principios éticos que la razón es capaz de percibir pueden
reaparecer siempre bajo distintos ropajes y expresados con lenguajes diversos,
incluso religiosos.
200. Por otra parte, cualquier solución técnica que
pretendan aportar las ciencias será impotente para resolver los graves
problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo, si se olvidan las grandes
motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad. En
todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia
fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que vuelvan a
abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias
convicciones sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala comprensión de
nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a
la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las
guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer que de
esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que debíamos custodiar.
Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han condicionado esa
conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es precisamente el
regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones responder mejor a las
necesidades actuales.
201. La mayor parte de los habitantes del planeta
se declaran creyentes, y esto debería provocar a las religiones a entrar en un
diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los
pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso
también un diálogo entre las ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse
en los límites de su propio lenguaje, y la especialización tiende a convertirse
en aislamiento y en absolutización del propio saber. Esto impide afrontar
adecuadamente los problemas del medio ambiente. También se vuelve necesario un
diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas, donde no
faltan las luchas ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica nos exige a
todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere
paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que «la realidad es
superior a la idea»[143].
_____________________________________________
[133] Cf.
Conferencia del Episcopado Mexicano. Comisión Episcopal para la Pastoral
Social, Jesucristo, vida y esperanza de los indígenas y
campesinos (14 enero 2008).
[141] Cf.
Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 34: AAS 105 (2013), 577: «La luz de la
fe, unida a la verdad del amor, no es ajena al mundo material, porque el amor
se vive siempre en cuerpo y alma; la luz de la fe es una luz encarnada, que
procede de la vida luminosa de Jesús. Ilumina incluso la materia, confía en su
ordenamiento, sabe que en ella se abre un camino de armonía y de comprensión
cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: esta
invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza
inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la
investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la
naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio de
la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el
mundo que se presenta a los estudios de la ciencia».
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