CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA
202. Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo,
pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un
origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos.
Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones,
actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual
y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.
I. Apostar por otro estilo de vida
203. Dado que el mercado tiende a crear un
mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las personas
terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios. El
consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico.
Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser humano «acepta los objetos y
las formas de vida, tal como le son impuestos por la planificación y por los
productos fabricados en serie y, después de todo, actúa así con el sentimiento
de que eso es lo racional y lo acertado»[144].
Tal paradigma hace creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta
libertad para consumir, cuando quienes en realidad poseen la libertad son los
que integran la minoría que detenta el poder económico y financiero. En esta
confusión, la humanidad posmoderna no encontró una nueva comprensión de sí
misma que pueda orientarla, y esta falta de identidad se vive con angustia.
Tenemos demasiados medios para unos escasos y raquíticos fines.
204. La situación actual del mundo «provoca una
sensación de inestabilidad e inseguridad que a su vez favorece formas de
egoísmo colectivo»[145].
Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia
conciencia, acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la
persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir. En este
contexto, no parece posible que alguien acepte que la realidad le marque
límites. Tampoco existe en ese horizonte un verdadero bien común. Si tal tipo
de sujeto es el que tiende a predominar en una sociedad, las normas sólo serán
respetadas en la medida en que no contradigan las propias necesidades. Por eso,
no pensemos sólo en la posibilidad de terribles fenómenos climáticos o en grandes
desastres naturales, sino también en catástrofes derivadas de crisis sociales,
porque la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo
unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción
recíproca.
205. Sin embargo, no todo está perdido, porque los
seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden
sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los
condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse
a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar
caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por
completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de
reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A
cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie
tiene derecho a quitarle.
206. Un cambio en los estilos de vida podría llegar
a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y
social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de consumidores logran que
dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven efectivos para modificar
el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto
ambiental y los patrones de producción. Es un hecho que, cuando los hábitos de
la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se ven presionadas a
producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad social de los
consumidores. «Comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico»[146].
Por eso, hoy «el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de
cada uno de nosotros»[147].
207. La Carta de la Tierra nos invitaba a todos a dejar
atrás una etapa de autodestrucción y a comenzar de nuevo, pero todavía no hemos
desarrollado una conciencia universal que lo haga posible. Por eso me atrevo a
proponer nuevamente aquel precioso desafío: «Como nunca antes en la historia,
el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo […] Que el
nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia
ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el
aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración
de la vida»[148].
208. Siempre es posible volver a desarrollar la capacidad
de salir de sí hacia el otro. Sin ella no se reconoce a las demás criaturas en
su propio valor, no interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad de
ponerse límites para evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea.
La actitud básica de autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la
autorreferencialidad, es la raíz que hace posible todo cuidado de los demás y
del medio ambiente, y que hace brotar la reacción moral de considerar el
impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de uno mismo.
Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede
desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio
importante en la sociedad.
II. Educación para la alianza entre la
humanidad y el ambiente
209. La conciencia de la gravedad de la crisis
cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos hábitos. Muchos saben que el
progreso actual y la mera sumatoria de objetos o placeres no bastan para darle
sentido y gozo al corazón humano, pero no se sienten capaces de renunciar a lo
que el mercado les ofrece. En los países que deberían producir los mayores
cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen una nueva sensibilidad
ecológica y un espíritu generoso, y algunos de ellos luchan admirablemente por
la defensa del ambiente, pero han crecido en un contexto de altísimo consumo y
bienestar que vuelve difícil el desarrollo de otros hábitos. Por eso estamos
ante un desafío educativo.
210. La educación ambiental ha ido ampliando sus
objetivos. Si al comienzo estaba muy centrada en la información científica y en
la concientización y prevención de riesgos ambientales, ahora tiende a incluir
una crítica de los «mitos» de la modernidad basados en la razón instrumental
(individualismo, progreso indefinido, competencia, consumismo, mercado sin
reglas) y también a recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico:
el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los
seres vivos, el espiritual con Dios. La educación ambiental debería disponernos
a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su
sentido más hondo. Por otra parte, hay educadores capaces de replantear los
itinerarios pedagógicos de una ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente
a crecer en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la
compasión.
211. Sin embargo, esta educación, llamada a crear
una «ciudadanía ecológica», a veces se limita a informar y no logra desarrollar
hábitos. La existencia de leyes y normas no es suficiente a largo plazo para
limitar los malos comportamientos, aun cuando exista un control efectivo. Para
que la norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos, es necesario
que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de
motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación personal. Sólo
a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un
compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir
y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la
calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos
favorables al cuidado del ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la
creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación
sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida. La educación en la
responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una
incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso
de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los
residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado
a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo
entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo
esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser
humano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a
partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra
propia dignidad.
212. No hay que pensar que esos esfuerzos no van a
cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre
produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el
seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces
invisiblemente. Además, el desarrollo de estos comportamientos nos
devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una mayor
profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar por este
mundo.
213. Los ámbitos educativos son diversos: la
escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis, etc. Una buena
educación escolar en la temprana edad coloca semillas que pueden producir efectos
a lo largo de toda una vida. Pero quiero destacar la importancia central de la
familia, porque «es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y
protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta,
y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano.
Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la
cultura de la vida»[149].
En la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida,
como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el
respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La
familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los
distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración
personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir « gracias
» como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a
dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún
daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura
de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea.
214. A la política y a las diversas asociaciones
les compete un esfuerzo de concientización de la población. También a la
Iglesia. Todas las comunidades cristianas tienen un rol importante que cumplir
en esta educación. Espero también que en nuestros seminarios y casas religiosas
de formación se eduque para una austeridad responsable, para la contemplación
agradecida del mundo, para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del
ambiente. Dado que es mucho lo que está en juego, así como se necesitan
instituciones dotadas de poder para sancionar los ataques al medio ambiente,
también necesitamos controlarnos y educarnos unos a otros.
215. En este contexto, «no debe descuidarse la
relación que hay entre una adecuada educación estética y la preservación de un
ambiente sano»[150].
Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo
utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo
bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso
inescrupuloso. Al mismo tiempo, si se quiere conseguir cambios profundos, hay que
tener presente que los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los
comportamientos. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si
no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida,
la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el
paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación y a través
de los eficaces engranajes del mercado.
__________________________________________
[144] Das
Ende der Neuzeit, Würzburg
19659, 66-67 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958,
87).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para poder responder a sus inquietudes, por favor déjanos la dirección electrónica (e-mail).