¡Gloria a Dios en el
cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama! Es el cántico de alegría y de júbilo
que entonan los ángeles, porque hoy nuestro Salvador ha llegado a nosotros,
porque “un niño nos ha nacido, un hijo se
nos ha dado” (Is 9). A partir de esta noche, no podemos seguir viviendo en
la oscuridad del pecado, sino que esta noche es clara como el día, pues una luz
grande ha brillado y ha disipado la oscuridad de nuestras vidas.
Todo lo que esperaron los profetas y reyes y tantos otros en
el Antiguo testamento se ha realizado, Dios ha cumplido su palabra. Por eso
esta noche debe ser una noche de alegría, de gozo, en la presencia de Dios que
se ha hecho cercano a nosotros, que se ha hecho débil para fortalecernos.
“Exulten de gozo los varones,
exulten las mujeres: Cristo nació varón, nació de mujer, quedando honrados
ambos sexos…Regocijaos vosotros, santos siervos de Dios, que elegisteis seguir
ante todo a Cristo; Saltad de gozo vosotras, vírgenes santas: la virgen
os alumbró a aquel con quien podéis casaros sin perder la virginidad; Exultad
de gozo vosotros, los justos: ha nacido el que os justifica. Exultad vosotros,
los débiles y los enfermos: ha nacido el que os sana. Exultad vosotros, los
cautivos: ha nacido el que os redime. Exulten los siervos: ha nacido el Señor.
Exulten los hombres libres: ha nacido el que los libera. Exulten todos los
cristianos: ha nacido Cristo”. (San Agustín Serm 184,2)
“Mira,
¡oh hombre!, lo que Dios se hizo por ti; reconoce la enseñanza de humildad tan
grande de la boca del doctor que aún no habla. En otro tiempo, fuiste tan
facundo en el paraíso que impusiste el nombre a todo ser viviente; sin embargo,
por ti yacía en el pesebre, sin hablar, tu creador; sin llamar por su nombre ni
siquiera a su madre. Tú, descuidando la obediencia, te perdiste en un vastísimo
jardín de árboles frutales; Él, por obediencia, vino en condición mortal a un
establo estrechísimo para buscar, mediante la muerte, al que estaba muerto. Tú,
siendo hombre, quisiste ser Dios para tu perdición; Él, siendo Dios, quiso ser
hombre para hallar lo que estaba perdido. Tanto te oprimió la soberbia humana,
que sólo la humildad divina te podía levantar” (San Agustín serm 188,3).
“El que contiene el mundo yacía en un pesebre; no hablaba aún, y era la
Palabra. Al que no contienen los cielos, lo llevaba el seno de una sola mujer.
Ella gobernaba a nuestro rey; ella llevaba a aquel en quien existimos; ella
amamantaba a nuestro pan. ¡Oh debilidad manifiesta y asombrosa humildad, en la
que de tal modo se ocultó la divinidad entera!” (San Agustín Serm 184,3)
FELIZ NAVIDAD Y QUE EL DIOS HECHO HOMBRE LES COLME DE MUCHAS BENDICIONES
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