Los obispos
católicos que, por gracia de Dios y encargo de la Iglesia, acompañamos y
cuidamos como pastores al pueblo de Dios que peregrina en Colombia,
celebramos gozosos con todos nuestros hermanos el Bicentenario de nuestra
Independencia.
1.
"Ustedes,
hermanos, han sido llamados a la libertad .. sírvanse unos a otros por
amor" (Gál 5,13). Al hacer juntos
memoria de los acontecimientos que nos condujeron a la Independencia, invitamos
al pueblo de Colombia a dar gracias a Dios como lo hizo nuestro libertador
Simón Bolívar con el Te Deum ofrecido en la capilla del Sagrario de la Catedral
de Santa fe de Bogotá el 15 de agosto de 1819, una semana después de la
victoria en el puente de Boyacá.
Todas las
personas que participaron en la gesta libertadora, los que con generosidad
albergaron el sueño de la libertad, los que colaboraron en la difusión de los
ideales de los Derechos Humanos y de la Independencia, los que trabajaron por
la consecución de los recursos, los que aportaron desde su pobreza a la
campaña libertadora y, sobre todo, los que ofrecieron sus vidas por la
libertad del pueblo, con sus ideales, sus luchas y sus sacrificios, son para
nosotros un regalo de Dios. La libertad que entonces nos alcanzaron es un don
y también una gran tarea que debemos realizar.
2.
La fe cristiana
iluminó y acompañó los procesos que nos llevaron a la Independencia. Debemos
agradecer a Dios la vida, la entrega y los esfuerzos de tantos sacerdotes,
religiosos y fieles comprometidos que colaboraron con verdadero heroísmo en
las luchas por la libertad. El don de la fe ha seguido inspirando y moldeando
nuestras costumbres, valores e ideales como nación. Así describió el Papa
Francisco a Colombia en su Visita: "Tiene
algo de original, algo muy original., su riqueza humana, sus vigorosos
recursos naturales, su cultura, su luminosa síntesis cristiana, el patrimonio
de su fe y la memoria de sus evangelizadores, la alegría gratuita e
incondicional de su gente, la impagable sonrisa de su juventud, su original fidelidad al Evangelio de Cristo y a su Iglesia y, sobre todo, su indomable coraje de resistir a la muerte, no sólo anunciada, sino muchas veces sembrada".
3.
La tarea de la
libertad está inconclusa y frecuentemente se ve amenazada. Contamos con
todas las riquezas naturales, humanas y de fe, para continuar la construcción
de nuestra nación. Pero denunciamos con todo vigor que existen nuevos
enemigos de la libertad, entre ellos, el individualismo imperante en nuestra
cultura actual, que exige el disfrute de los derechos pero olvida el
compromiso con los deberes para construir el bien común; la polarización que
nos sigue enfrentando entre hermanos; la brecha económica resultante de la
injusticia social y de la concentración del capital; la falta de
oportunidades de trabajo, tierra y techo; la corrupción que condena a los más
vulnerables y empobrecidos a mayores miserias; los procesos económicos y
culturales que agreden la naturaleza, nuestra casa común; el narcotráfico que
genera terror en las poblaciones, destruye la juventud y produce economías
paralelas al servicio del delito y de la muerte; la destrucción de la vida
humana y la inconsciencia de su valor sagrado.
4.
La lucha contra
las esclavitudes que nos amenazan empieza en el corazón de cada colombiano.
Pero no bastan las propias fuerzas para vencerlas. Es necesario abrir
nuestras vidas para acoger a Cristo y su Evangelio. Él ha venido a nosotros
con todo el poder del amor de Dios para destruir el egoísmo y la soberbia, el
odio, la violencia y la codicia. Su amor que siempre nos perdona nos impulsa
a reconciliarnos con Él, con los hermanos y con la creación. Su misericordia
nos sana de las heridas del mal y su pascua nos levanta de la muerte. Solo Él
puede renovar nuestras vidas y hacernos sal y luz en la sociedad.
5.
El Bicentenario
de la Independencia es oportunidad propicia para mirar el pasado con gratitud
y con objetividad. Es también el momento para asumir nuestro presente con
suma responsabilidad, conscientes de la tarea inmensa que tenemos en la
transformación de nuestra realidad. Sobre todo, esta celebración es una
invitación para mirar el futuro con esperanza, que para los cristianos no es
mera ilusión ni simple optimismo, sino que nace de la confianza en Dios y en
su Hijo Jesús, que nos prometió: "Yo
estaré con ustedes todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20).
Esta celebración
nos debe llevar, sobre todo, a promover una transformación cultural que nos
permita continuar el camino de la libertad. No basta ser una geografía, ni
una sociedad, ni un país. Es necesario ser una comunidad nacional con un
espíritu, con un gran proyecto, con una solidaria responsabilidad de los unos
por los otros. Hace doscientos años, un pueblo, unido en los mismos ideales, sacudió el dominio de otra nación que lo oprimía. Después de lograr tantas cosas positivas, es preciso ahora sellar la independencia frente a otras realidades que nos tiranizan y destruyen.
6.
Para alimentar
esta esperanza y para que se haga realidad debemos acogernos, caminar juntos,
perdonarnos, no permitir que continúe el espíritu de la división. Nuestra
nación necesita el impulso permanente del diálogo para poner fin a la
violencia, encontrar caminos de reconciliación, construir la unidad por
encima de obstáculos, convertir en riquezas comunitarias las diferencias,
erradicar las causas estructurales de la corrupción que engendra muerte y
colocar en el centro de toda la vida política, social y económica la dignidad
de la persona humana y el bien común. La familia, la escuela, la Iglesia y la
sociedad están llamadas a generar una cultura del encuentro en los niños y en
los jóvenes, pues ellos son esperanza para el país. El Papa nos hizo esta
invitación: "¡Colombia, abre
tu corazón de Pueblo de Dios, Déjate reconciliar, no temas a la verdad y a la
justicia!".
7.
Nosotros,
pastores del Pueblo de Dios que peregrina en esta nación bendecida con una
sorprendente riqueza étnica y cultural, ofrecemos nuestro compromiso de
comunicar a Cristo, Camino, Verdad y Vida, y de trabajar sin descanso para
que la reconciliación reine en nuestra sociedad. Sin la auténtica
reconciliación es imposible la paz, la justicia, el desarrollo integral y la
vida digna para todos.
8.
Coincide el
Bicentenario de la Independencia con el Centenario de la coronación de la
Imagen de la Virgen de Chiquinquirá. Ella, desde 1586, hizo visible su
presencia entre nosotros con el singular milagro de la renovación de su
imagen. Su intercesión y también las joyas que los fieles le habían ofrendado
ayudaron a la campaña libertadora. Pidámosle que nos acompañe en la tarea de
la renovación de nuestra Patria.
Arzobispo de
Villavicencio Arzobispo
de Medellín
Presidente de la Conferencia Episcopal Vicepresidente de la
Conferencia Episcopal
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Obispo Auxiliar de Medellín
Secretario General de la Conferencia Episcopal
Bogotá, D.C.,
5 de agosto de 2019
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