ORACIÓN A LA VIRGEN DE LA SALUD

¡Virgen María, Madre de la Salud! Tu Hijo divino te encargó que fueras también Madre de todos los hombres. Desde entonces, con admirable fidelidad, has estado presente en la vida de la Iglesia y de cada uno de sus hijos; como ejemplar de todas las virtudes personales y comunitarias; como medianera nuestra ante Dios, y como madre de la vida divina que Cristo nos comunica.
Tú conoces nuestros sufrimientos y problemas, nuestras infidelidades y caídas. A ejemplo tuyo y con tu ayuda, aceptamos el plan de nuestro Padre Celestial que, en Cristo y por el Espíritu Santo quiere salvarnos a través de las pruebas y sufrimientos de la vida temporal, hasta darnos la plenitud de su vida sin término. Amén.

miércoles, 7 de agosto de 2019

MENSAJE DE LA IGLESIA COLOMBIANA CON OCASIÓN DEL BICENTENARIO

N° 033





Los obispos católicos que, por gracia de Dios y encargo de la Iglesia, acompañamos y cuidamos como pastores al pueblo de Dios que peregrina en Colombia, celebramos gozosos con todos nuestros hermanos el Bicentenario de nuestra Independencia.
1.    "Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad .. sírvanse unos a otros por amor" (Gál 5,13). Al hacer juntos memoria de los acontecimientos que nos condu­jeron a la Independencia, invitamos al pueblo de Colombia a dar gracias a Dios como lo hizo nuestro libertador Simón Bolívar con el Te Deum ofrecido en la capi­lla del Sagrario de la Catedral de Santa fe de Bogotá el 15 de agosto de 1819, una semana después de la victoria en el puente de Boyacá.
Todas las personas que participaron en la gesta libertadora, los que con generosi­dad albergaron el sueño de la libertad, los que colaboraron en la difusión de los ideales de los Derechos Humanos y de la Independencia, los que trabajaron por la consecución de los recursos, los que aportaron desde su pobreza a la campaña libertadora y, sobre todo, los que ofrecieron sus vidas por la libertad del pueblo, con sus ideales, sus luchas y sus sacrificios, son para nosotros un regalo de Dios. La libertad que entonces nos alcanzaron es un don y también una gran tarea que debemos realizar.
2.    La fe cristiana iluminó y acompañó los procesos que nos llevaron a la Indepen­dencia. Debemos agradecer a Dios la vida, la entrega y los esfuerzos de tantos sacerdotes, religiosos y fieles comprometidos que colaboraron con verdadero heroísmo en las luchas por la libertad. El don de la fe ha seguido inspirando y mol­deando nuestras costumbres, valores e ideales como nación. Así describió el Papa Francisco a Colombia en su Visita: "Tiene algo de original, algo muy original., su riqueza humana, sus vigorosos recursos naturales, su cultura, su luminosa síntesis cristiana, el patrimonio de su fe y la memoria de sus evangelizadores, la alegría gratuita e incondicional de su gente, la impagable sonrisa de su juventud, su origi­nal fidelidad al Evangelio de Cristo y a su Iglesia y, sobre todo, su indomable coraje de resistir a la muerte, no sólo anunciada, sino muchas veces sembrada".
3.    La tarea de la libertad está inconclusa y frecuentemente se ve amenazada. Con­tamos con todas las riquezas naturales, humanas y de fe, para continuar la cons­trucción de nuestra nación. Pero denunciamos con todo vigor que existen nuevos enemigos de la libertad, entre ellos, el individualismo imperante en nuestra cultu­ra actual, que exige el disfrute de los derechos pero olvida el compromiso con los deberes para construir el bien común; la polarización que nos sigue enfrentando entre hermanos; la brecha económica resultante de la injusticia social y de la con­centración del capital; la falta de oportunidades de trabajo, tierra y techo; la corrupción que condena a los más vulnerables y empobrecidos a mayores mise­rias; los procesos económicos y culturales que agreden la naturaleza, nuestra casa común; el narcotráfico que genera terror en las poblaciones, destruye la juventud y produce economías paralelas al servicio del delito y de la muerte; la destrucción de la vida humana y la inconsciencia de su valor sagrado.
4.    La lucha contra las esclavitudes que nos amenazan empieza en el corazón de cada colombiano. Pero no bastan las propias fuerzas para vencerlas. Es necesario abrir nuestras vidas para acoger a Cristo y su Evangelio. Él ha venido a nosotros con todo el poder del amor de Dios para destruir el egoísmo y la soberbia, el odio, la violencia y la codicia. Su amor que siempre nos perdona nos impulsa a reconciliarnos con Él, con los hermanos y con la creación. Su misericordia nos sana de las heridas del mal y su pascua nos levanta de la muerte. Solo Él puede renovar nuestras vidas y hacernos sal y luz en la sociedad.
5.    El Bicentenario de la Independencia es oportunidad propicia para mirar el pasado con gratitud y con objetividad. Es también el momento para asumir nues­tro presente con suma responsabilidad, conscientes de la tarea inmensa que tene­mos en la transformación de nuestra realidad. Sobre todo, esta celebración es una invitación para mirar el futuro con esperanza, que para los cristianos no es mera ilusión ni simple optimismo, sino que nace de la confianza en Dios y en su Hijo Jesús, que nos prometió: "Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20).
Esta celebración nos debe llevar, sobre todo, a promover una transformación cultural que nos permita continuar el camino de la libertad. No basta ser una geo­grafía, ni una sociedad, ni un país. Es necesario ser una comunidad nacional con un espíritu, con un gran proyecto, con una solidaria responsabilidad de los unos por los otros. Hace doscientos años, un pueblo, unido en los mismos ideales, sacudió el dominio de otra nación que lo oprimía. Después de lograr tantas cosas positivas, es preciso ahora sellar la independencia frente a otras realidades que nos tiranizan y destruyen.
6.    Para alimentar esta esperanza y para que se haga realidad debemos acogernos, caminar juntos, perdonarnos, no permitir que continúe el espíritu de la división. Nuestra nación necesita el impulso permanente del diálogo para poner fin a la violencia, encontrar caminos de reconciliación, construir la unidad por encima de obstáculos, convertir en riquezas comunitarias las diferencias, erradicar las causas estructurales de la corrupción que engendra muerte y colocar en el centro de toda la vida política, social y económica la dignidad de la persona humana y el bien común. La familia, la escuela, la Iglesia y la sociedad están llamadas a generar una cultura del encuentro en los niños y en los jóvenes, pues ellos son esperanza para el país. El Papa nos hizo esta invitación: "¡Colombia, abre tu corazón de Pueblo de Dios, Déjate reconciliar, no temas a la verdad y a la justicia!".
7.    Nosotros, pastores del Pueblo de Dios que peregrina en esta nación bendecida con una sorprendente riqueza étnica y cultural, ofrecemos nuestro compromiso de comunicar a Cristo, Camino, Verdad y Vida, y de trabajar sin descanso para que la reconciliación reine en nuestra sociedad. Sin la auténtica reconciliación es imposi­ble la paz, la justicia, el desarrollo integral y la vida digna para todos.
8.    Coincide el Bicentenario de la Independencia con el Centenario de la corona­ción de la Imagen de la Virgen de Chiquinquirá. Ella, desde 1586, hizo visible su presencia entre nosotros con el singular milagro de la renovación de su imagen. Su intercesión y también las joyas que los fieles le habían ofrendado ayudaron a la campaña libertadora. Pidámosle que nos acompañe en la tarea de la renovación de nuestra Patria.

Arzobispo de Villavicencio                                              Arzobispo de Medellín
Presidente de la Conferencia Episcopal                                   Vicepresidente de la  
                                                                                                     Conferencia Episcopal


Obispo Auxiliar de Medellín
Secretario General de la Conferencia Episcopal

Bogotá, D.C., 5 de agosto de 2019





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