De los Sermones
de san Agustín, obispo (Sermón 185)
LA VERDAD BROTA DE LA TIERRA Y LA JUSTICIA MIRA DESDE EL CIELO
Despierta,
hombre: por ti Dios se hizo hombre. Despierta, tú que duermes, surge de entre
los muertos; y Cristo con su luz te alumbrará. Te lo repito: por ti Dios se
hizo hombre. Estarías muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el
tiempo. Nunca hubieras sido librado de la carne del pecado, si él no hubiera
asumido una carne semejante a la del pecado. Estarías condenado a una miseria
eterna, si no hubieras recibido tan gran misericordia. Nunca hubieras vuelto a
la vida, si él no se hubiera sometido
voluntariamente
a tu muerte. Hubieras perecido, si él no te hubiera auxiliado. Estarías perdido
sin remedio, si él no hubiera venido a salvarte.
Celebremos,
pues, con alegría la venida de nuestra salvación y redención. Celebremos este
día de fiesta, en el cual el grande y eterno Día, engendrado por el que también
es grande y eterno Día, vino al día tan breve de esta nuestra vida temporal.
Él se ha hecho
para nosotros justicia, santificación y redención. y así -como dice la
Escritura- «el que se gloría que se gloríe en el Señor.»
La verdad brota,
realmente, de la tierra, pues Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de la
Virgen. Y la justicia mira desde el cielo, pues nadie es justificado por si
mismo, sino por su fe en aquel que por nosotros ha nacido. La verdad brota de
la tierra, porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo,
porque toda dádiva preciosa y todo don perfecto provienen de arriba. La verdad
brota de la tierra, es decir, la carne de Cristo es engendrada en María. Y la
justicia mira desde el cielo, porque nadie puede apropiarse nada, si no le es
dado del cielo.
Ya que hemos
recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la
justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la
verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido el acceso a esta gracia en que
estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de Dios. Fíjate
que no dice «nuestra gloria», sino la gloria de Dios, porque la justicia no
procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por ello el que se gloría
que se gloríe no en sí mismo, sino en el Señor.
Por eso también,
cuando el Señor nació de la Virgen, los ángeles entonaron este himno: Gloria a
Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
¿Cómo vino la
paz a la tierra? Sin duda porque la verdad brota de la tierra, es decir, Cristo
nace de María. Él es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa,
para que todos seamos hombres de buena voluntad, unidos unos a los otros con el
suave vínculo de la unidad. Alegrémonos, pues, por este don, para que nuestra
gloria sea el testimonio que nos da nuestra conciencia; y así nos gloriaremos
en el Señor, y no en nosotros. Por eso dice el salmista: Tú eres mi gloria, tú
mantienes alta mi cabeza.
¿Qué mayor
gracia pudo hacernos Dios? Teniendo un Hijo único lo hizo Hijo del hombre, para
que el hijo del hombre se hiciera hijo de Dios. Busca dónde está tu mérito,
busca de dónde procede, busca cuál es tu justicia: y verás que no puedes
encontrar otra cosa que no sea pura gracia de Dios.
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