Ante todo debemos reconocer que
Pentecostés en el cumplimiento de la promesa hecha por Jesús a
sus discípulos,
cuando estaba con ellos antes de morir en la cruz y también cuando se despide
de ellos el día de la ascensión. No podemos acercarnos al Espíritu Santo sin
acercarnos al Padre y al Hijo.
Jesús murió y resucitó
para comunicarnos el Espíritu Santo. La pascua de Cristo se consuma con la
efusión del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo que Cristo, cabeza, derrama
sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia”. No podemos
pretender tener una Iglesia sin Espíritu o pretender, lo que es peor, tener la
idea de dominar al Espíritu. Un grupo humano que se reúnan de manera
carismática, y se conviertan en guetos, en grupos cerrados y que no participen
de los sacramentos y de toda la vida de la Iglesia, están muy equivocados. El
Espíritu Santo no es para privatizarlo, no podemos pretender encerrarlo o
tenerlo dominado. Al contrario, el Espíritu Santo cuando se derrama sobre los
fieles, despierta muchos carismas que ayudan a construir y a animar la Iglesia.
Una comunidad realmente carismática es aquella que vive del Espíritu Santo, que
vive los carismas sin divisiones o favoritismos o sectarismos. Los carismas son
dados a la Iglesia para santificarlas, no para dividirla o crearle problemas.
Uno de los problemas de
nuestro tiempo es la carencia de Espíritu y el exceso de materia en sus
diversas formas: corporalidad y sexo, productividad y consumismo. La sociedad
actual está muy erotizada, el sexo aparece por todas partes, el uso del cuerpo
como instrumento de consumo se puede ver en todas partes y en todos los medios
de comunicación; además, se le suma el afán del consumismo, los deseos de
comprar lo último que sale de moda, el estar con lo último que sale. Las
personas se miden, muchas veces, por la tecnología que tienen, por los
celulares de alta gama que poseen, por el lujo… Mucha gente vive
lamentablemente de apariencias. Es evidente que esto asfixia de alguna manera
la presencia del Espíritu. La secuencia Ven
Espíritu divino de este día de Pentecostés expresa esta realidad cuando
afirma: Mira el vacío del hombre, si tú
le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
La verdadera
humanización del hombre consiste en abrirse a Dios y a los demás. Bajo la
acción del Espíritu se encuentra y se reconcilia con Dios y consigo mismo; y se
abre a la comunión gozosa con él mismo y con los demás hermanos.
Con esta solemnidad
de Pentecostés se termina la celebración pascual. No podemos quedarnos
solamente en el ruido y la alegría de una noche, no podemos conformarnos con
decir que hemos celebrado Pentecostés porque celebramos la vigilia, pero la
vida después de esta noche sigue igual. Pentecostés no es solo un momento, una
noche o un día; Pentecostés debe ser toda la vida, pues ya hemos recibido el
Espíritu Santo el día de nuestro bautismo, lo recibimos el día de nuestra
confirmación, lo recibimos cada vez que celebramos la eucaristía y cualquiera
de los sacramentos. Por eso nuestra vida debe reflejar esa acción del Espíritu.
La pregunta entonces es: ¿Cómo vivir todo esto que hemos celebrado, esto que es
el núcleo fundamental de nuestra fe? La respuesta es: porque podemos creer,
podemos amar, podemos esperar, podemos continuar el camino del Resucitado, sólo
si tenemos en nosotros el Espíritu Santo.
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