En este domingo 31 de mayo, celebramos con gozo la solemnidad de la Santísima Trinidad: "Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo, fiesta de Dios, del centro de nuestra fe. Cuando se piensa en la Trinidad, por lo general viene a la mente el aspecto del misterio: son tres y son uno, un solo Dios en tres Personas. En realidad, Dios en su grandeza no puede menos de ser un misterio para nosotros y, sin embargo, él se ha revelado: podemos conocerlo en su Hijo, y así también conocer al Padre y al Espíritu Santo. La liturgia de hoy, en cambio, llama nuestra atención no tanto hacia el misterio, cuanto hacia la realidad de amor contenida en este primer y supremo misterio de nuestra fe. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno, porque Dios es amor, y el amor es la fuerza vivificante absoluta, la unidad creada por el amor es más unidad que una unidad meramente física. El Padre da todo al Hijo; el Hijo recibe todo del Padre con agradecimiento; y el Espíritu Santo es como el fruto de este amor recíproco del Padre y del Hijo. Los textos de la santa misa de hoy hablan de Dios y por eso hablan de amor; no se detienen tanto sobre el misterio de las tres Personas, cuanto sobre el amor que constituye su esencia, y la unidad y trinidad al mismo tiempo". (Homilía de Benedicto XVI en la solemnidad de la Santísima Trinidad Domingo 19 de junio de 2011)
Que la Santísima Trinidad nos acompañe todos nuestros días, iniciemos y terminemos siempre nuestro día en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Cada vez que iniciemos o terminemos un trabajo, un oficio, un deporte, un acto cultural, un paseo, una comida... cualquier actividad, pidamos siempre la compañía amorosa de la Santísima Trinidad.
Oh tú, santa Unidad en Trinidad,
que riges con poder el universo,
recibe las canciones de alabanza
que, en vela matinal, cantan tus siervos.
El lucero del alba ya refulge,
caminando ante el sol cual mensajero;
al caer las tinieblas de la noche,
nos alumbra tu santa luz de nuevo.
Demos gloria a Dios Padre, autor de todo,
y al Señor Jesucristo, su unigénito,
y al Santo Defensor de nuestras almas,
ahora y por los siglos sempiternos. Amén.
que riges con poder el universo,
recibe las canciones de alabanza
que, en vela matinal, cantan tus siervos.
El lucero del alba ya refulge,
caminando ante el sol cual mensajero;
al caer las tinieblas de la noche,
nos alumbra tu santa luz de nuevo.
Demos gloria a Dios Padre, autor de todo,
y al Señor Jesucristo, su unigénito,
y al Santo Defensor de nuestras almas,
ahora y por los siglos sempiternos. Amén.