Pero subir al cielo no es abandonar la tierra. Jesús sigue entre nosotros "Sépanlo, yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" nos dice el evangelio de Mateo (28,20) y su palabra es verdadera. Debemos alegrarnos porque Cristo ha tomado nuestra condición humana y la ha glorificado.
El domingo pasado celebrábamos la solemnidad de la ascensión del Señor, donde la liturgia nos hacía movernos en dos puntos, de manera especial: la alegría y la misión. La alegría, porque el mismo Dios que por amor ha bajado a nosotros, se ha encarnado en el vientre de María y ha vivido entre nosotros hasta entregar su vida por todos, es el mismo que después de resucitar ha subido al cielo.
Pero también debemos recordar nuestra misión. No podemos quedarnos parados mirando al cielo, como los apóstoles el día de la ascensión, debemos tomar conciencia de que esa alegría debemos compartirla con los demás. "Vayan por todo el mundo y hagan discípulos míos". Esa es la misión, dar testimonio del amor de Cristo y anunciarlo a los demás, para que otros también se acerquen al Señor.
El próximo domingo celebraremos Pentecostés, donde Cristo cumple la promesa de enviarnos a un Defensor, a un abogado, al espíritu Santo. Fiesta de la unidad, de la comunión, de la alegría que produce la presencia del Espíritu en nuestras vidas.
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