Hermanos, el Espíritu Santo hace posible todo esto en
nosotros: rompe nuestras divisiones causadas por el alejamiento del amor de
Dios y lo convierte en unidad, nos da nueva vida y la armoniza, nos fortalece y
dinamiza, nos da esperanza y nos hace discípulos y misioneros de Cristo. Por
eso el evangelio nos habla también del agua viva, es el Espíritu del Resucitado
el que produce en nosotros la nueva condición de Hijos de Dios, gracias a
Cristo que murió y resucitó, podemos tener el Espíritu de vida, el Espíritu de
la Verdad; por lo tanto nuestra vida es vida en Cristo. Alejados de él sólo
somos huesos secos, pero si vivimos en él tenemos verdadera vida.
“A veces podemos ser tentados de dejarnos llevar por la
pereza o, peor aún, por el desaliento, sobre todo ante las fatigas y las
pruebas de la vida. En estos casos, no nos desanimemos, invoquemos al Espíritu
Santo, para que con el don de fortaleza dirija nuestro corazón y comunique
nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguimiento de Jesús” (SS.
Francisco)
El Espíritu Santo es el corazón de la Iglesia y de cada
cristiano, es el Amor de Dios que habita en nosotros y está siempre con
nosotros. A la vez que es un regalo de Dios, el Espíritu Santo nos da diversos
regalos espirituales a quien lo acoge: sabiduría, inteligencia, consejo,
fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
El espíritu Santo es un regalo muy hermoso que el Señor nos
da a todos. Recibámoslo dignamente, abramos nuestro corazón y dejemos que él
nos transforme. Que en cada eucaristía se encienda en nosotros el fuego del
Espíritu que descendió sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, y nos haga
valerosos discípulos del Señor resucitado.