La conversión de san Agustín: una experiencia de
transformación
Miguel Ángel Orcasitas, agustino
La conversión es, para los Padres de la Iglesia y para todo maestro de
espíritu, un proceso fundamental y necesario en la vida espiritual de cualquier
cristiano. La conversión es una liberación, que llega después de fases previas
de dispersión y desorden, y de un periodo intermedio de crisis.
Ese sentido de liberación lo expresó así san Agustín:
"¡Qué dulce me resultó de golpe carecer de la dulzura de las
frivolidades! Antes tenía miedo de perderlas y ahora me gustaba dejarlas Eras
tú quien las iba alejando de mí! (Conf., 9.1.1)
No hablaríamos hoy de espiritualidad agustiniana, ni significaría nada en
la Iglesia Agustín de Hipona, sin el hecho fundamental de su conversión, que
significó un giro radical en su vida, para dedicarse enteramente a Dios. Se
trata, sin duda, del hecho más determinante de su vida. A raíz de la conversión
inició un estilo de vida que sirve de inspiración para quienes profesan su
Regla. Gracias a este cambio, se convirtió en una de las columnas de la
teología católica.
Leer y releer las Confesiones de san Agustín es una experiencia gozosa que
nos pone en contacto no sólo con un alma privilegiada y sensible, sino que nos
descubre un camino de penetración a los sentimientos más profundos de nuestra
propia experiencia humana y religiosa.
"Agustín deja claro, a lo largo de las Confesiones que la evolución
del 'corazón' es la verdadera materia de su autobiografía"1
¿Qué cambió en la vida de Agustín con la conversión?
Cambiaron, ciertamente, algunos objetivos fundamentales, que habían guiado
su vida hasta ese momento.
a) En primer lugar, la búsqueda de una buena posición social. Se
trata de una legítima aspiración de cualquier padre, que también compartieron
Mónica y Patricio en relación con su hijo Agustín. Siendo un niño muy
inteligente, sus padres hicieron importantes sacrificios para asegurarle una
formación capaz de garantizarle una buena posición social. Agustín es muy
severo en su juicio sobre la intencionalidad de los padres: Los que se
empeñaban en que yo estudiara, no tenían otro fin que satisfacer los apetitos
insaciables de una opulenta miseria y de una gloria denigrante" [Conf., 1,12,19]).
La finalidad perseguida en los estudios era "hacerse famoso y
sobresalir en el arte del lenguaje" para obtener "honores
humanos y amontonar engañosas riquezas" (Conf.,1,9,14).
Medrar, prosperar y triunfar eran los objetivos de los padres al estimular el
estudio en su hijo. Como había concluido brillantemente la "escuela
primaria" en Tagaste le mandan, con trece años, a estudiar a Madaura, una
población cercana a su pueblo natal, donde cursó gramática hasta los dieciséis.
Tras un año de ocio forzado en casa, siguió sus estudios en Cartago, de los 17
a los 20 años, gracias al apoyo económico de su generoso vecino Romaniano.
La ambición por alcanzar una buena posición social, que durante el periodo
escolar reposaba en sus padres, hizo presa también en él y se embarcará en su
búsqueda. Ambicionando dinero y prestigio enseñó primero en África, abriendo
una escuela de gramática en Tagaste (años 374-375). Tenía entonces Agustín
20-21 años de edad. Pasó después a Cartago, donde enseñó retórica (375-383) [21
a 29 años]. La experiencia de enseñar le resultó difícil en Cartago, porque los
alumnos eran inquietos y molestos. Por ese motivo se fue a enseñar a Roma (años
383-384) [29-30 de edad]. Aquí se encontró con otro grave problema: los alumnos
no pagaban. Finalmente se trasladó a Milán, sede de la corte imperial, donde
opositó a la "Cátedra Imperial de Retórica y Artes Liberales".
Alcanzó el grado de "Magíster Sapientiae", una especie
de catedrático numerario por oposición. Fundó además escuela
propia, donde enseñaba el arte de la retórica. Tal y como había aspirado,
Agustín llegó a alcanzar un gran prestigio social.
A los pocos meses de comenzar su docencia en Milán fue elegido para dirigir
ante la corte y sociedad milanesa el panegírico del emperador Valentiniano II.
Un encargo que le creó una grave crisis de conciencia, por tener que mentir elogiando
a un emperador que era todavía un niño.
Como profesor, Agustín transmitía a sus alumnos las mismas motivaciones que
le habían guiado hasta entonces. Reconoce en las Confesiones que le interesaba
sólo "vender palabrerías destinadas a cosechar laureles" (Conf., 4,2,2).
Enseñaba el manejo de la lengua con fines dialécticos, preparando a los alumnos
para usar el instrumento del lenguaje. Lamenta no haber enseñado a utilizar
adecuadamente la oratoria, al servicio de la verdad.
b) Sexualidad. Podríamos hablar de afectividad, que es un
concepto más global y superior, y que está también muy presente en las
Confesiones, sobre todo cuando se refiere a su concubina. No obstante, cuando
es prometido en matrimonio afirma que "no era un enamorado del
matrimonio, sino esclavo de la pasión" (Conf., 6,15,25).Creo
que traicionaríamos sus Confesiones si no nos refiriéramos a
su sexualidad porque de ella habla Agustín en este libro autobiográfico de modo
muy explícito. Recuerda con dolor el año que pasó libre en su pueblo, siendo ya
un joven de dieciséis años, cuando regresó tras realizar sus estudios en
Madaura y antes de continuarlos en Cartago. Un año de inactividad en casa, a
los dieciséis años, por carecer de medios para seguir estudios, que es
calificado por Agustín como "zarzal de lascivias" (vepres
libidinum) (Conf., 2.3.6). Cuando, pasado el año y obtenida la
ayuda económica de Rominiano, vaya a Cartago a continuar sus estudios, vivirá
allí "a tope", como un joven libertino de nuestros días,
disfrutando de todo lo que le ofrecía la vida alegre y despreocupada de un
estudiante, como espectáculos, literatura, teatro... Reitera que se dejó llevar
sin freno por sus impulsos sexuales, sin que sus padres se preocuparan por
casarle, para evitar sus desvaríos. "Su única preocupación era que yo
aprendiera las mejores técnicas de la oratoria y de la persuasión por medio de
la palabra" (Conf., 2,2,4). Dice además de sus
padres: "me dieron demasiada rienda suelta y no supieron unir rigor y
bondad" (Conf., 2,3,8). Empieza entonces a sentir el
deseo de amar y ser amado. "Aunque no amaba aún, ya amaba el amar"
(Conf., 3,1,1). También hay que considerar en este capítulo su
afición al teatro, más que a los espectáculos más violentos del anfiteatro o el
circo, de los que era entusiasta su íntimo amigo Alipio. El teatro, según
describe Agustín en las Confesiones, estaba lleno de imágenes de sus miserias y
de los incentivos del fuego de la lujuria que le consumía. Se sentía atraído
por el teatro porque allí encontraba estímulo para su pasión carnal. No se
trataba de un teatro serio, sino de pantomimas de carácter poco edificante. Con
frecuencia representaban sólo las debilidades atribuidas a los dioses por los
poetas2.
Al fin Agustín cae en las redes del amor y se une a una concubina, a la que
fue fiel durante los años 371 al 385, es decir, desde los 17 a los 31 años de
edad. De ella tuvo un hijo, Adeodato, que nació al correr del tercer año de
estudios en Cartago (curso 372-373), cuando Agustín tenía sólo 18 años. Llegado
el momento en que Agustín debía casarse, por exigencia de su carrera
profesional, no podía hacerlo con su concubina, según Gabriel del Estal, por
impedimento legal, debido a la desigualdad social existente entre ambos3. Lo afirma
también Peter Brown: "un casamiento pleno era terriblemente complicado:
exigía que los contrayentes fueran de igual posición social e implicaba
complejos acuerdos dinásticos"4. Por
ese motivo la concubina fue despedida, con intervención de su madre Mónica.
Aquella generosa mujer, de la que desconocemos su nombre, se retiró prometiendo
ante Dios no conocer a otro hombre. Agustín confiesa: "Cuando apartaron
de mi lado, como impedimento para el matrimonio, a aquella mujer con quien
solía compartir mi lecho, el corazón, rasgado precisamente en la parte por la
que estaba pegado a ella, quedó llagado y manando sangre" (Conf., 6,15,25).
Él mismo se considera "incapaz de imitarla" y la juzga "superior
a sí propio" (Conf., Ibid). No sólo dejó a Agustín
para no entorpecer su carrera, sino que dejó al hijo de ambos con Agustín.
Mientras tanto, se buscó para Agustín la que iba a ser su mujer, aunque no
tenía aún la edad núbil, faltándole dos años para poder contraer matrimonio.
Agustín se unió, mientras tanto, a otra concubina, pues no podía vivir durante
ese tiempo de espera sin una mujer a su lado.
Había confesado antes: "Me veía agarrotado por los achaques de la
carne, arrastraba mis cadenas y temía verme libre de ellas" (Conf., 6,12,21). Su
amigo Alipio le incitaba a que abrazara el celibato para dedicarse a la
filosofía pero "Estaba tan apegado [a la pasta gelatinosa de los
deleites carnales] que llegué a afirmar, siempre que surgía este tema de
conversación, que yo no era capaz en absoluto de llevar una vida
célibe" (Conf., 6,12,22). Agustín reconoce que no era
"el objetivo del decoro y honestidad de la familia y la educación de
los hijos" lo que le atraía. "Lo que a mí me atormentaba y esclavizaba
principalmente y con dureza era la costumbre de saciar mi pasión
insaciable" (Ibid.). Todavía no sabía -reconoce poco antes- que la
continencia sólo es posible con la ayuda de Dios (Cf. Conf.,
6,11,20). Dirá también: "Lo único que me detenía ante la sima más
profunda de los placeres carnales era el miedo a la muerte y a tu juicio
futuro. Este miedo nunca se apartó de mi pecho, aun en medio de la
heterogeneidad de mis opiniones" (Conf., 6, 16,26). Para
ver la fuerza que tenía la sexualidad, Agustín recuerda con horror la pregunta
que presentaba a sus amigos Alipio y Nebrido: "Si fuéramos inmortales y
nuestra vida fuera un continuo placer corporal, sin miedo alguno de perderla,
¿por qué no íbamos a ser felices? ¿Qué más podíamos desear?" (Conf.,
6,16,26). Le hubiera gustado entonces dar la razón a Epicuro, pero mantuvo
siempre la creencia que había algo después de la muerte.
c) Amistad. Se trata de una constante a lo largo de toda su
vida, a partir de la adolescencia. Dice, mientras habla de su esclavitud a los
placeres sexuales: "dado como pensaba entonces, tampoco podía ser feliz
sin los amigos, por grande que fuese la abundancia de los placeres carnales. A
estos amigos los amaba desinteresadamente..." (Conf., 6,16,26).
Estima la amistad por encima de cualquier otro valor. Quiere estar con sus
amigos, incluso vivir en comunidad con ellos, inspirado en ideales filosóficos
de búsqueda de la verdad. Compartió en todo momento con los amigos su proceso
de búsqueda y sus inquietudes más profundas. No sabía estar sin ellos.
Agustín amaba la vida de comunidad incluso antes de su conversión. Aspiró,
en efecto, a vivir en comunidad de filósofos (amantes de la sabiduría) en torno
al año 385, estando en Milán5. Tenía
entonces 31 años de edad. Lo narra Agustín de modo muy vivo en las Confesiones:
"...un grupo numeroso de amigos teníamos pensado, después de comentar
las azarosas contrariedades de la vida humana, vivir en un ocio tranquilo,
apartados de la masa. Ya casi lo teníamos decidido. Este ocio lo habíamos
programado de la manera siguiente: todos nuestros bienes los pondríamos en
común, formando un patrimonio único, de modo que, en virtud de la sinceridad
que supone la amistad leal, no hubiera cosas de éste ni cosas de aquél, sino
que todo fuera de todos y de cada uno. Calculábamos la posibilidad de
asociarnos unas diez personas con esta finalidad. Entre éstas había gente rica,
en especial nuestro convecino Romaniano, muy amigo mío desde la niñez... Era el
que más urgía la realización del plan y el que mayor fuerza de persuasión
ejercía, porque su capital era muy superior al de los demás. Habíamos decidido
también que, a estilo de los magistrados, dos de nosotros se hicieran cargo
durante un año de proveernos de todo lo necesario, quedando libres los demás.
Pero cuando surgió el problema de si nuestras mujercitas aprobarían este
proyecto -pues alguno de nosotros ya la tenía y otros aspirábamos a tenerla-,
todos aquellos planes que teníamos tan bien estudiados se esfumaron en nuestras
manos, se hicieron añicos y quedaron definitivamente descartados" (Conf., 6,14,24).
d) Búsqueda de la verdad - felicidad. A partir
de su encuentro con el libro "Hortensio" de Cicerón, a los 18
años, dentro de los estudios de elocuencia, Agustín se entusiasma por la
búsqueda de la sabiduría inmortal. Cicerón le pone en crisis, porque le
cuestiona las vanas esperanzas que había puesto en la elocuencia y en el deseo
de adquirir riquezas. Pasará por sectas y escuelas filosóficas hasta dar con
Cristo.
En el culmen de ese proceso irrumpe LA CONVERSIÓN. Hay un
proceso intelectual previo, que le había llevado a la aceptación de la Biblia.
Donde antes veía un lenguaje bárbaro intragable y contradicciones insuperables,
ahora puede asumirlo gracias a las interpretaciones alegóricas aprendidas en la
escucha de la predicación de san Ambrosio. Sin embargo, la conversión no fue
fruto intelectual de un proceso, sino irrupción de la gracia. El salto de la razón
a la fe es siempre obra de la gracia. Esa experiencia fue tan fuerte que
eliminó los obstáculos intelectuales y se echó en manos de Dios. Hubo que tener
una experiencia religiosa fuerte, casi mística, pues escribe a su amigo
Nebridio:
"que había experimentado como un sabor anticipado de la
Realidad permanente, presente en forma tan intensa, que apenas tenía que
recurrir al raciocinio" (Carta 4,2).
El clima espiritual que vive a raíz de su conversión queda bien reflejado
en el modo de recitar los salmos: "¡Qué voces te di, Dios mío,
leyendo los salmos de David, esos cantos de fe, esas cadencias de piedad, que
están en tan marcado contraste con todo espíritu de orgullo! ... ¡Qué voces te
daba en aquellos salmos y cómo me incendiaba en amor a Ti! ¡Ardía en deseos de
recitarlos, si me fuera posible, al mundo entero. Contra el orgullo del género
humano! (Conf., 9,4,8)
¿Qué sucede con los grandes temas que habían guiado su vida antes de la
conversión?
Posición social: A partir de la
conversión cambia radicalmente la perspectiva de vida de Agustín. Renuncia a
ser "mercader de palabras". Le causaba trauma de conciencia
mentir en los panegíricos al emperador; o enseñar a sus discípulos a utilizar
el lenguaje para defender causas injustas. Abandona su puesto como rethor y
como profesor. La conversión le hizo muy crítico frente a su trabajo como
retórico y decidió retirar "el ministerio de mi lengua del mercado de
la palabrería" (Conf., 9, 2,2), para que los jóvenes
"no compraran de mi boca armas para su locura" (Ibid.).
Abraza la castidad por el Reino de los cielos: él que no podía
vivir sin una mujer al lado. Sabemos que se mantuvo fiel a su compromiso
celibatario, en contra de algunas historias que se ha inventado algún
novelista, que suponen a Agustín obispo teniendo todavía algún filtreo con su
exconcubina. Así lo afirma Josten Gadner en una lamentable novela sobre S.
Agustín6. Sin embargo,
se trata de una pura fabulación. Lo sabemos porque Agustín afirma taxativamente
lo contrario en las Confesiones, con una extraordinaria claridad: "me
mandaste que me abstuviera de la convivencia carnal [...] Y como fuiste tú
quien me concedió esta gracia, lo logré incluso antes de convertirme en dispensador
de tu sacramento. Pero aún están vivas en mi memoria... las imágenes de
aquellas cosas que la costumbre dejó impresas en ella. Y me salen al encuentro,
cuando estoy despierto, lánguidas y carentes de vigor, pero en sueños no se
limitan simplemente a producirme placer, sino que incluso llegan hasta el
consentimiento y a un acto muy parecido al acto real. Y es tanta la fuerza
ilusoria de aquellas imágenes en mi alma y también en mi carne, que las falsas
visiones llegan a inducirme en mi sueño y a persuadirme a actos que el mundo de
la realidad no logra alcanzar cuando estoy despierto [...] Tú, Señor,
aumentarás progresivamente en mí tus dones, para que mi alma, liberada de lo
pegajoso de la concupiscencia, me siga en mi camino hacia ti; para que no se
rebele contra sí misma; para que ni aun en sueños cometa estas torpezas tan
degradantes, movida por las imaginaciones animales, hasta provocar los flujos
corporales, sino que ni siquiera las consienta." (Conf., 10,30,41-42)
La búsqueda de la verdad se centra en la Palabra de Dios,
y, por tanto, en Cristo. El reencuentro con Cristo, de quien le hablaba su
madre y cuyo nombre dice haber mamado con la leche materna, unido a un modo
aceptable de entender las Escrituras, hizo que toda su búsqueda de la verdad se
centre en Dios, Verdad suprema.
La amistad adquiere plenitud de sentido por la presencia
de Dios en medio de ella. Una amistad que no se fundamente en Dios no es
verdadera amistad: "la amistad no es auténtica sino entre los que Tú
unes entre sí por medio de la caridad derramada en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que se nos concedió (Rom. 5,5).
Hay un texto muy citado de Agustín, donde describe la dinámica de un grupo
de amigos: "Había en mis amigos otras cosas que me hacían más
cautivadora su compañía: charlar y reír juntos, servirnos mutuamente unos a
otros, leer en común libros bien escritos, bromear dentro de los límites de la
estima y respeto mutuos, discutir a veces, pero sin aspereza, como cuando uno
discute consigo mismo. Incluso esta misma diferencia de pareceres, que por lo
demás era algo poco frecuente, era la salsa con que aderezábamos muchos
acuerdos. Instruirnos mutuamente en algún tema, sentir nostalgia de los
ausentes, acogerlos con alegría a su regreso; estos gestos y otros por el
estilo, que proceden del corazón de los que se aman y se ven correspondidos, y
que hallan su expresión en la boca, lengua, ojos y otros mil gestos, muy
gratos, eran incentivos que iban fundiendo nuestras almas en una
sola". Sin embargo tampoco considera este modelo verdadera
amistad, sino "una fábula colosal y una gran mentira" porque
había sustituido el amor de Dios por el de los amigos (Conf., IV,
8, 13).
Con la conversión, la amistad se convierte en vida en común, inspirada en
los ideales del Evangelio. Del relato de los Hechos de los Apóstoles sobre el
modo de vida de la primitiva comunidad cristiana, toma Agustín el modelo para
su estilo de vida consagrada.
Agustín renuncia a su alta posición, porlaque había
luchado toda su vida. Aunque volverá a tener un puesto destacado como obispo de
la Iglesia, aceptará esta dignidad por obediencia, de algún modo
"coaccionado" por el clamor del pueblo. Llegó a Obispo en contra de
su voluntad y de sus proyectos. Aceptó la autoridad en la Iglesia exclusivamente
como servicio.
Los otros tres aspectos o dimensiones confluyen en la vida en común,
pues busca la Verdad, desde una vida célibe, viviendo en comunidad con sus
amigos.
Agustín se dirige a Dios, refiriéndose a su conversión, diciendo: "tarde
te amé" (Conf., 10,27,38). La conversión produce un
proceso de purificación de los sentidos. He aquí el texto de ese proceso:
"¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan suave, tarde te amé! El
caso es que Tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y fuera te andaba buscando y,
deforme como era, me echaba sobre la belleza de tus criaturas. Tú estabas
conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían prisionero lejos de Ti aquellas
cosas que si no existieran en Ti serían inexistentes. Me llamaste, me gritaste
y rompiste mi sordera [oído]. Brillaste y tu resplandor hizo
desaparecer mi ceguera [vista]. Exhalaste tus perfumes y respiré
hondo, y suspiro por Ti [olfato]. Te he saboreado y me muero de
hambre y de sed [gusto]. Me has tocado, y ardo en deseos de tu
paz [tacto] (Conf., 10,27,38).
La conversión de Agustín enseña que la experiencia religiosa -conversión-
da acceso a lo más hondo de uno mismo, al meollo de la personalidad. Se empieza
a vivir religiosamente convirtiéndose.
El encuentro con Cristo hace posible el cambio de categorías y un giro en
la vida que es difícil imaginar y asumir antes de sentir la fuerza de Dios
actuando dentro de nosotros mismos.
Agustín supo analizar sus sentimientos y motivaciones con penetración
psicológica y lenguaje certero y penetrante. Por eso es fácil al hombre de
cualquier época sentirse reflejado en sus reflexiones. San Agustín, primer
hombre moderno según Harnack, continúa su magisterio en nuestros días y puede
ayudarnos eficazmente en nuestra irrenunciable y existencial búsqueda de la
felicidad.
La conversión de Agustín enseña que la experiencia religiosa -conversión-
da acceso a lo más hondo de uno mismo, al meollo de la personalidad. Se empieza
a vivir religiosamente convirtiéndose.
__________
1 Peter BROWN,
Agustín de Hipona, Madrid, Acento editorial, 2001, p. 30
2 Cfr. Pio de LUIS,
Las Confesiones de San Agustín comentadas, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1994, p. 124.
3 S. Agustín y su concubina de juventud, S. Lorenzo de El Escorial, EDES, 1996, 136 pp.
4 Agustín de Hipona, Madrid, Acento ed. 2001, p. 65.
5 El año lo indica Ursicino Domínguez: Cfr. ?Cultura y formación intelectual en los monasterios agustinianos de Tagaste, Cartago e Hipona?, en
La Ciudad de Dios, 169 (1956) 427.
6 Están de moda las novelas romanzadas, que distorsionan los personajes históricos fantaseando sobre sus conductas, no siempre con intenciones confesables. ¿Qué decir, por ejemplo, de
"El Código da Vinci" y relatos similares? Lamentablemente, la única aproximación a la historia de muchos lectores es la que procede de este género de relatos.