Reciban todos un feliz día del Padre. Que San José sea un modelo que los acompañe y guíe en esa preciosa labor de ser padres. En ustedes está la responsabilidad de hacer de los hijos buenos cristianos de HOy y del mañana. A continuación les comparto una reflexión del Papa Francisco sobre los padres:
Cada
familia necesita del padre. Hoy nos centramos en el valor de su papel, y
quisiera partir de algunas expresiones que se encuentran en el libro de los
Proverbios, palabras que un padre dirige al propio hijo, y dice así: «Hijo mío,
si se hace sabio tu corazón, también mi corazón se alegrará. Me alegraré de
todo corazón si tus labios hablan con acierto» (Pr 23, 15-16). No se podría
expresar mejor el orgullo y la emoción de un padre que reconoce haber
transmitido al hijo lo que importa de verdad en la vida, o sea, un corazón
sabio. Este padre no dice: «Estoy orgulloso de ti porque eres precisamente igual
a mí, porque repites las cosas que yo digo y hago». No, no le dice
sencillamente algo. Le dice algo mucho más importante, que podríamos
interpretar así: «Seré feliz cada vez que te vea actuar con sabiduría, y me
emocionaré cada vez que te escuche hablar con rectitud. Esto es lo que quise dejarte,
para que se convirtiera en algo tuyo: el hábito de sentir y obrar, hablar y
juzgar con sabiduría y rectitud. Y para que pudieras ser así, te enseñé lo que
no sabías, corregí errores que no veías. Te hice sentir un afecto profundo y al
mismo tiempo discreto, que tal vez no has reconocido plenamente cuando eras
joven e incierto.
Te di un
testimonio de rigor y firmeza que tal vez no comprendías, cuando hubieses
querido sólo complicidad y protección. Yo mismo, en primer lugar, tuve que
ponerme a la prueba de la sabiduría del corazón, y vigilar sobre los excesos
del sentimiento y del resentimiento, para cargar el peso de las inevitables incomprensiones
y encontrar las palabras justas para hacerme entender. Ahora —sigue el padre—,
cuando veo que tú tratas de ser así con tus hijos, y con todos, me emociono.
Soy feliz de ser tu padre». Y esto lo que dice un padre sabio, un padre maduro.
Un padre sabe bien lo que cuesta transmitir esta herencia: cuánta cercanía,
cuánta dulzura y cuánta firmeza. Pero, cuánto consuelo y cuánta recompensa se
recibe cuando los hijos rinden honor a esta herencia. Es una alegría que
recompensa toda fatiga, que supera toda incomprensión y cura cada herida.
La primera necesidad, por lo
tanto, es precisamente esta: que el padre esté presente en la familia. Que sea cercano a la esposa, para compartir todo,
alegrías y dolores, cansancios y esperanzas. Y que sea cercano a los hijos en
su crecimiento: cuando juegan y cuando tienen ocupaciones, cuando son
despreocupados y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando son
taciturnos, cuando se lanzan y cuando tienen miedo, cuando dan un paso equivocado
y cuando vuelven a encontrar el camino; padre presente, siempre. Decir presente
no es lo mismo que decir controlador. Porque los padres demasiado controladores
anulan a los hijos, no los dejan crecer.
Todos
conocen esa extraordinaria parábola llamada del “hijo pródigo”, o mejor del “padre
misericordioso”, que está en el Evangelio de san Lucas en el capítulo 15 (cf.
15, 11-32). Cuánta dignidad y cuánta ternura en la espera de ese padre que está
en la puerta de casa esperando que el hijo regrese. Los padres deben ser
pacientes. Muchas veces no hay otra cosa que hacer más que esperar; rezar y
esperar con paciencia, dulzura, magnanimidad y misericordia.
Un buen
padre sabe esperar y sabe perdonar desde el fondo del corazón. Cierto, sabe
también corregir con firmeza: no es un padre débil, complaciente, sentimental.
El padre que sabe corregir sin humillar es el mismo que sabe proteger sin
guardar nada para sí. Una vez escuché en una reunión de matrimonios a un papá
que decía: «Algunas veces tengo que castigar un poco a mis hijos… pero nunca
bruscamente para no humillarlos». ¡Qué hermoso! Tiene sentido de la dignidad.
Debe castigar, lo hace del modo justo, y sigue adelante.
Así,
pues, si hay alguien que puede explicar en profundidad la oración del
“Padrenuestro”, enseñada por Jesús, es precisamente quien vive en primera
persona la paternidad. Sin la gracia que viene del Padre que está en los
cielos, los padres pierden valentía y abandonan el campo. Pero los hijos
necesitan encontrar un padre que los espera cuando regresan de sus fracasos.
Harán de todo por no admitirlo, para no hacerlo ver, pero lo necesitan; y el no
encontrarlo abre en ellos heridas difíciles de cerrar.
La
Iglesia, nuestra madre, está comprometida en apoyar con todas las fuerzas la
presencia buena y generosa de los padres en las familias, porque ellos son para
las nuevas generaciones custodios y mediadores insustituibles de la fe en la
bondad, de la fe en la justicia y en la protección de Dios, como san José.